Por Manuel Suárez – Doctor en ciencias políticas por la Universidad Complutense de Madrid
El origen de la sociedad es la dominación. O sea, el poder. El origen de lo social no es dios, ni el amor, ni la razón, ni la moral. Sin poder no hay comunidad humana posible. La hay sin dios, sin amor, sin razón y sin moral.
La dominación –a su vez– es la capacidad de encontrar obediencia. Y el nexo entre dominación y obediencia se llama legitimidad.
Es legítimo el poder que es obedecido. E ilegítimo el que no logra obediencia. Y por eso a la hora de buscar la legitimidad del poder, da igual la raíz del mando. Lo importante es el resultado o el fruto: la vigencia del orden.
Es decir, no es legítimo el poder por ser moralmente “bueno”, ni por proclamar origen divino, liberal, nacional, obrero o histórico. Es legítimo simplemente por mandar con un nivel de eficacia tal, que permite la aparición de lo social.
Pues bien, la dominación, la obediencia y la legitimidad, se basan en dos tipos de relaciones inseparables; a saber: la fuerza física y la fuerza simbólica.
La fuerza física en los hechos tiende a vencer. La fuerza simbólica a convencer. Para mandar o para dominar se necesitan ambas a la vez; fuerza física (o su amenaza efectiva) y fuerza simbólica: la narrativa o la música del poder; en definitiva, el sistema de mitos orientados a convencer y a crear consenso sobre la necesidad del mando.
Para vencer se inventó el garrote o el misil. Y para convencer, la religión, la ideología, la cultura y, en fin, el mundo del símbolo.
El hombre comienza a tener pensamiento simbólico, probablemente, hace 40 mil años. Y desde entonces, el signo y el símbolo son claves en la dominación. ¿Qué son las palabras sino signos y símbolos, sonoros o escritos? Desde la pintura rupestre –de hace 40 mil años– al Aleph de Borges o a la carita feliz de “wasap” no hay un milímetro de diferencia en lo esencial: las tres cosas son pensamiento simbólico.
Pues resulta que hace 2680 años –aproximadamente–, los chinos inventan un modo de esos símbolos, un modo que se llama la bandera. Un trozo de seda que, por su ligereza, ondea. Y que se distingue de estandarte romano que, al ser de lana o cuero, solo cuelga. No hace coqueterías con el viento.
La bandera como símbolo, llega a Europa en el siglo X aproximadamente. Y de allí, viene a América. La bandera hasta la Revolución Francesa identifica la soberanía del rey. Cuando el rey pierde la cabeza y la nación se hace cargo de la soberanía, entonces, los pueblos heredan ese símbolo regio que sirve como señal de identidad soberana. Y ya ven. A partir del XIX los pueblos se embanderan.
De este modo, las banderas americanas –las nuestras– nacen modernas y muy políticas. Son banderas en plan siglo XIX.
¿Cómo pedir al MAS o a Camacho –que en un clima de polarización– no utilicen ese símbolo chino tan importante en la historia del poder y de la dominación que es la bandera? Es normal: ambos levantarán sus banderas donde puedan y como puedan. Son profesionales del mando.
Mucha gente pensará que el lio de las banderas en la plaza de Santa Cruz es un lío frívolo. Pero oye, prefiero la pelea de las banderas –o de lo simbólico–, a la pelea de la acción directa y de la fuerza física.
¿Qué representa la Wipala? En gran parte representa la lucha del MAS por la modernización. Por un lado, la lucha por la inclusión social –particularmente la indígena— y, por otro lado, la lucha por los valores del nacionalismo: la identidad como “fuente” del poder. Y recordemos algo: La inclusión social y el nacionalismo son dos clásicos de la tradición Nacional Popular, o sea, de nuestra tradición modernizadora. Vienen ambos de la guerra del Chaco y del 52.
Pues bien, la buena noticia es que Santa Cruz, en sí misma -ésta Santa Cruz moderna y exitosa que ustedes ven y viven día a día— también y en gran parte, es producto de la famosa tradición Nacional Popular (oh, sorpresa). Es producto y a la vez es impulso, de la modernización boliviana.
Así, la wipala (y sus valores de modernización, como los valores de inclusión y los del nacionalismo) en realidad, podría ser la bandera de Santa Cruz, esa Santa Cruz que – vaya– es lo más moderno que le ha ocurrido a Bolivia hasta hoy. Es decir, la Wipala, en rigor teórico, podría ser –perfectamente—la bandera de la Santa Cruz moderna y modernizadora. Ambas cosas representan lo mismo. Representan la aspiración boliviana hacia una sociedad construida en torno a la modernidad.
Pero al revés también: ¿qué representa la bandera del Patujú? Representa la lucha por la identidad de los pueblos del oriente, representa la lucha por la autonomía en Bolivia y representa la lucha por una visión específica de la democracia: la visión Democrática Republicana.
Ninguno de esos valores –ni la identidad de los pueblos del oriente, ni la autonomía, ni la Democracia Republicana–, resultan contradictorios o extraños a la tradición Nacional Popular del MAS. La bandera del patujú podría –perfectamente–, ser la bandera de las fuerzas masistas.
En suma. Tres cosas.
Una. Los símbolos son normales en el pensamiento humano y en la pelea por la dominación. Dos. La pelea de las banderas –ese invento chino– entre los dos polos enfrentados en Bolivia, es sólo una pelea de símbolos, una que resulta menos costosa y más cómoda que la pelea violenta de la acción directa.
Tres. A la hora de la verdad, esa pelea de los símbolos en Bolivia, no es tan grave como las elites y la prensa apuntan: ambos símbolos, ambas banderas –la wipala y la del patujú–, no representan cosas tan distintas.
Son banderas que, al final del día, representan los valores de la modernización que todos queremos. Y una frase final: está bien el drama de las banderas. Puede evitar la tragedia y de vez en cuando, hasta puede impulsar la comedia.
Fuente: Asuntos Centrales