La frase, invencible y sencilla, es de Carmelo Cuéllar Jiménez. Presiento que retumba en el Tiempo, porque ilustra la rebeldía de un hombre singular ante la Historia. La escribió cansado, mientras el brazo cobarde de la burocracia lo perseguía inclusive en el exilio…
No lo había cansado antes el enemigo en el Chaco, porque el enemigo leal no cansa. El artero, el dual que actúa con ventaja, ese es el que, a veces, puede aburrir un poco… Lo supo él, que antes de que empiece la Guerra, ya se encontraba en Primera Línea… Pero mejor dejemos que también lo diga a su manera: “Yo no fui a la Guerra del Chaco; yo ya estaba ahí”
Cumplía su servicio militar en el lugar del drama. Comenzó así, como soldado, y al final de la contienda bélica era reconocido por ser el “Comandante del famoso Escuadrón Divisionario Cuéllar de Caballería”, que era la materialización del terror para el enemigo… No en vano, el heroico ejército paraguayo, al terminar la conflagración, le hizo entrega de un lienzo que dice: “Si alguna vez en su patria olvidan los méritos ganados por usted en la Guerra del Chaco, el Paraguay, noble adversario de ayer y sincero amigo de hoy, no lo olvidará jamás”
Profético.
Afortunadamente, Carmelo Cuéllar Jiménez, no sólo sabía disparar armas, sino también recrear versos. Pero mejor dejemos que lo cuenten a su manera: “Un poema bien escrito, siempre será mejor que un balazo”. Seguramente por eso escribió “Monte, sol y sed / Para el oficial. / Cerveza y coctel / Para el Coronel.”
En su exilio, en Montevideo, se batió a duelo con un ex diputado argentino, sometiéndose a los procedimientos que establecía la legislación. La burocracia le volvió a jugar una mala pasada. El desafío lo hizo él, a revolver, “para que sea más severo”. El Tribunal Arbitral, a pesar de que el Capitán Carmelo Cuéllar Jiménez había sido agredido de hecho, resolvió que su adversario había sido ofendido de palabra, concediéndole el derecho a definir el arma… El duelo a muerte se convirtió en un combate de esgrima, de la que el Prócer del Chaco salió herido en el antebrazo…
Una vez le preguntaron qué debía hacer un buen soldado: “Digerir el miedo”, contestó. Luego añadió: “Todo es cuestión de vencer el miedo. El miedo es natural en el prudente y el saberlo vencer es ser valiente. Creo que este fue mi caso en todo el tránsito de la guerra. Nunca dejé de tener miedo, porque soy de carne y hueso, pero lo supe digerir en cuestión de segundos. El miedo es algo que se digiere y después se arroja. Todo esto lo comprendí cuando tenía 22 años y comandaba ya tropas completamente independientes como era el escuadrón divisionario que tuve a mi mando por 16 meses, con el éxito que conocen mis compatriotas y especialmente los paraguayos.”
Para “digerir el miedo”, también comprendió una verdad filosófica: “Hay que estar siempre dispuesto a morir”
Equilibrado, sensato, su valor no se confundió con la frivolidad de los mitos: “Yo soy una víctima de mi propio prestigio. Los bolivianos y los paraguayos tejieron una leyenda sobre mi actuación en la guerra, magnificaron las cosas. Esa historia de 300 orejas es falsa, la desmiento terminantemente. Matamos, es cierto, porque es la ley implacable de la guerra: morir o matar o mejor matar para no morir.”
El libro, inabarcable, en el que se resume la vida de Carmelo Cuéllar Jiménez, es un emocionante trabajo de investigación de su hijo, Rudy Cuéllar Rivero. La cita introductoria del mártir Terence MacSwiney es un presagio conmovedor:
“No serán los que más puedan hacer sufrir, sino los que puedan sufrir más, los victoriosos”
Fuente: Roberto Barbery Anaya.