El lugar y la época son los mismos: Parque Lezama, cuando Borges y Estela fueron detenidos y llevados a una Comisaría por un beso.
En esa esquina caída del tiempo, un muchacho lee, indiferente, un pedazo amarillo de diario zarandeado por el viento, que promociona hechos extraordinarios y cotidianos, como guerras, epidemias o, quizá, el antepenúltimo gafe de un Presidente nuevo. Su atención está consagrada en resucitar el encuentro, casi evanescente, que tuvo allí con una joven. Esa es su épica, maravillosa y simple.
La idea no es de Vargas Llosa. Ni de ningún otro autor que pueda ser sospechoso de atentar contra “la justicia social”, incluyendo a Borges – sobre todo a él, desde luego…
Palabras más, palabras menos, es la idea con la que se inicia “Sobre héroes y tumbas”, de Ernesto Sabato.
Del mismo Sabato que se ríe de Marx cuando recuerda su sorpresa por la vigencia del pensamiento de Sófocles – “¡tan ajeno a los fenómenos sociales!” –, concluyendo con preciosa ironía: “pedazo de marxista”, a tiempo de prevenir que las emociones íntimas no se pueden gobernar con decretos…
Del mismo Sabato que está en desacuerdo con aquel Sartre que dice que no hay literatura si alguien muere de hambre, y escribe “Sartre contra Sartre”
Del mismo Sabato que es un desertor de la Historia en mi penúltimo libro, con una reseña que dice:
“Dejó la Ciencia para dedicarse a la incertidumbre.
Cambio la Exactitud por la perplejidad de “uno”.
La Física por el precipicio…
En varios momentos se lo vio reincidir en los consuelos de la Política.
Pero antes del fin lo vi solo, deambulando, entre el Álgebra y la luna.”
Fuente: Roberto Barbery Anaya.