Con frecuencia tengo la asombrosa idea de que los buenos no son tan buenos y de que los malos no son tan malos. Como es previsible, la sospecha me asalta con mayor apremio en situaciones concretas.
Me explico: el problema que veo en los “buenos”, es que su virtud es burocrática; es decir, declamatoria. Se reduce a la sorda gimnasia de consignas discursivas y de comportamientos rituales que no tienen ni siquiera compasión estética. Actitudes que se agotan en la repetición de fórmulas cada vez más desorejadas y cada vez menos convincentes, porque al ser contrastadas con la conducta habitual, sólo dejan una pobre imagen de dualidad – por otra parte, la evidencia, que es cotidiana, sirve para resaltar aún más el valor de quienes se consagran lealmente a desarrollar sus propias convicciones y que inclusive se exponen por defender una manera singular de ser…
Pero hasta aquí no me he referido a lo peor. Lo más aborrecible es que en esta inmensa jauría de “buenos”, hay, en efecto, una invencible ferocidad: el énfasis se concentra en ajusticiar a los “malos”; es decir, antes que en materializar “el bien”, el afán de predicar el Apocalipsis es recurrente, como si proviniera del temor de una consciencia “culposa”…, y como si la cohesión de “los buenos” dependiera de tramitar sin demora la crucifixión de “los malos”, antes que de la práctica ingenua de la virtud, que no debería preocuparse por el soborno de un Cielo… Al respecto, es oportuno recordar lo que dice Borges: “Bienaventurados los misericordiosos, porque su dicha está en el ejercicio de la misericordia y no en la esperanza de un premio.”
En relación a “los malos”, creo que también una cita perdida de Borges, nos ahorraría la triste faena de regocijarnos en maldecirlos; simplemente dice así: “Murió sin miedo; en los más viles hay alguna virtud”
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En la Eternidad de Pär Lagerkvist hay un señor que dice que fue muy importante. A su lado, un señor que dice que entregaba papel a cambio de unas monedas en los retretes subterráneos.
Resulta tan democrático que podría ofender la vanidad de los corazones Revolucionarios y de los corazones Capitalistas al unísono…
Sin embargo, al parecer, no se trataría de ninguna alusión Política; la sugerencia podría ser aún más impía: se trataría más bien de una pedagogía de la nada…
Fuente: Roberto Barbery Anaya.