José María Barbieri estaba en el café de siempre, leyendo a Macedonio Fernández. Esta vez resolví abordarlo con aire de suficiencia, presumiendo que conocía al autor…
(Yo) ¿Así que le gusta el autor de “Adriana Buenos Aires”?
(José María) No, ese no. El propio Macedonio Fernández se encargó de aclarar en el subtítulo que “Adriana Buenos Aires” es la “última novela mala”; antes y después escribió bien… Su obra, tan ingeniosa, no se reduce al amor por Adriana, tan exagerado, como cualquier amor…
(Yo) Entonces fue la última novela mala…
(José María) No, en eso, también, se equivocó a propósito…
(Yo) ¿Por qué?
(José María) La evidencia es abrumadora: muchos novelistas populares han escrito después novelas pésimas y consagradas, que patinan en la misma sensiblería, pero agravada por el abuso de colores locales, tan reconocidos por las autoridades nacionales y municipales…
(Yo) Bueno, le puso a su Adriana de apellido el nombre de la ciudad…
(José María) ¿Y a vos qué te parece?
(Yo) Patético…
(José María) Bueno, por eso no estoy leyendo a ese Macedonio tramposo… Se puede tener alta estima por el amor, pero eso es patético, desde luego…
(Yo) ¿Y a qué Macedonio lee?
(José María) Al que diría que especular con el pasado o el futuro es rebajar la plenitud metafísica del ahora…
(Yo)…algo que también diría Borges de manera musical…
(José María) Claro… No es casual la consideración infinita de Borges por Macedonio… La única excepción deliberada fue, precisamente, cuando escribió “Adriana Buenos Aires”… Inclusive se lamentó, inicialmente, de forma sincera, por su genio…
(Yo) ¿Qué más dice Macedonio?
(José María) Presiento que comprende a la gente que le puede gustar “Adriana Buenos Aires”, porque insiste en que el movimiento social obedece a dos leyes: la ley psicológica del menor esfuerzo y la ley física de la menor resistencia…
(Yo) Usted es escéptico…
(José María) No siempre. Por ejemplo, anoche, no. Leí un cuento de Pushkin, y tuve la siguiente revelación: “¿qué sería de nosotros si, en lugar de la regla por todos aceptada de “hay que observar las jerarquías”, se introdujera otra que, por ejemplo, dijera “hay que observar la inteligencia?” ¡Qué discusiones habría! ¿Por quién empezarían los criados a servir la comida?”
(Yo) Claro, le gusta la literatura rusa…
(José María) La literatura rusa es más cotidiana y menos indiscreta que la política rusa.
(Yo) ¿Cree en algo?
(José María) Creí en el Infierno, mientras leía la “Comedia”. Fue un descanso de la indiferencia.
Fuente: Roberto Barbery Anaya.