Al comienzo quedé intrigado con la última idea de José María Barbieri. Luego, empezó a obsesionarme. Entonces, decidí volver a interrogarlo…
(Yo) “Igual que la soledad de un faro: así veo al hombre que se codea con la penumbra de la filosofía” ¿Qué quiso decir?
(José María) No persigo una solución de continuidad. No soy esclavo de ninguna idea.
(Yo) ¿Cómo es eso?
(José María) Que no tengo registro de esa frase tan rara.
(Yo) ¿Pero si usted la dijo hace poco?
(José María) No recuerdo quién era yo en ese momento…
(Yo) No entiendo…
(José María) Para ser libre hay que renunciar al “yo”. A “ese maldito yo”, diría Cioran… Y, ¿qué es el “yo”? Una pretensión risible de continuidad… El antecedente vanidoso de la idea de inmortalidad, tan popular…
(Yo) El ego…
(José María) Claro. La fuente de todos los sufrimientos, como dirían en el Budismo. El que renuncia a la voluptuosidad de su ego, alcanza el desapego, y deja de ser esclavo de sí mismo; ese es el verdadero yugo que hay que vencer…
(Yo) ¿Y el hombre del faro lo ha vencido?
(José María) Quizá haya vencido a los demás, que no es poco, pero no a sí mismo.
Fuente: Roberto Barbery Anaya.