#OpinandoEnElBunker
DE LAS CALLES A LAS URNAS
Por: A. Germán Gutiérrez Gantier
El 10 de octubre de 1982 el pueblo boliviano recuperó la democracia en las calles, con movilizaciones heroicas que terminaron por expulsar a los dictadores del poder.
No fue fácil, fue un proceso largo, sufrido, combativo, en el que los protagonistas fueron una generación de jóvenes, surgidos de las minas, las fábricas, el campo, las universidades, los colegios, los mercados, las amas de casa y otros sectores, hoy olvidados por la memoria colectiva.
Todos, combatimos contra las dictaduras militares hasta derrotarlas e iniciar un periodo histórico en Bolivia, que dura hasta hoy pese a las tribulaciones, desportillamientos y afectaciones a las que la democracia está sometida.
En sus albores estuvo vinculada a la reivindicación del voto, vale decir, que los bolivianos asistan a las urnas aunque en condiciones ciertamente precarias.
Su emergencia permitió progresivamente la legalización de las actividades de sindicatos y partidos políticos, la recuperación de la autonomía universitaria, el respeto progresivo a los derechos y garantías de las personas como el de la libertad de expresión y un cierto equilibrio de los poderes del estado.
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La vigencia de la Constitución Política del Estado y su comprensión fue asimilada por la sociedad civil, con lo que poco a poco empezó a funcionar el sistema político y por ende el sistema de partidos políticos que durante muchos años estuvieron proscritos. Con ello la pujante presencia de liderazgos políticos históricos como el surgimiento de muchos otros en el fragor de la lucha cotidiana contribuyó a una construcción y defensa democrática permanentemente asediada por sectores reaccionarios, sin embargo, su práctica nos ha dejado lecciones que deben ser aprendidas.
Que la democracia no es algo estático e inmodificable, que está en permanente cambio, aquella de 1982 no es la misma que la de 2022.
Desde los albores su práctica era organizar, luchar por el voto ciudadano, ofrecer programas diferentes y mejorar el sistema político, reivindicando al partido político, la política y el político, de esta forma se produjo una transformación de significación: la lucha política violenta fue reemplazada por la lucha de ideas y los consensos se produjeron dentro de una institucionalidad tambaleante.
Estos esfuerzos fueron radicalmente modificados a partir del derrumbe del Estado Nacional y la promesa del Estado Plurinacional, se desmorona el partido político que es reemplazado por el movimiento social con raigambre corporativa, se impone una forma de democracia en la que las mayorías someten a las minorías; la representación ciudadana sucumbe y es reemplazada por la delegación de los sectores que ya no eligen a sus representantes sino a sus delegados sectoriales; la lucha política, la política y el político son peyorizados y degradados, lo que provoca un reinado excluyente y autoritario del movimiento social.
Así, “la democracia de las mayorías sobre las minorías” se torna más autoritaria, con una retórica confrontacional adjetiva que deriva en acciones violentas de los organismos del estado en contra de sus oponentes.
El voto ciudadano es envilecido al grado de ser utilizado como acto legalizador de las tropelías gubernamentales, en el que el ciudadano vota, pero no decide. Por ejemplo, lo sucedido en el Referéndum de 2016.
Por lo afirmado el haber recuperado la democracia en contra de las dictaduras no es suficiente, la lucha por mantenerla y desarrollarla en permanente. El sufragio es importante pero insuficiente para calificar el grado de su avance, la única forma de garantizar su ejercicio, es reconocer que hay un antes un durante y un después.
El antes, es cómo se llega al día mismo del voto, donde los detentadores del poder político asuman que por encima de sus decisiones esta el cumplimiento de las reglas preestablecidas´, propias de un estado de derecho; que los contendientes como los ciudadanos están protegidos en sus derechos y garantías; que por pensar diferente no se debe afectar su integridad y su seguridad; que la libertad de discrepar no conlleva sanciones ni penas, o que la voluntad ciudadana no sea constreñida con prácticas violentas por parte del estado que pueda afectar su decisión al momento del voto.
Los ciudadanos deben asistir a las urnas libres de todo temor, de toda presión, con la seguridad de que su decisión será respetada el día de mañana, que los resultados de las urnas no serán manipulados ni alterados por fallos de tribunales que se ponen por encima de la constitución y las leyes.
El después es certidumbre de futuro, confianza en las instituciones y en las autoridades que hoy están degradadas por su propio accionar.
Así, la democracia deja de ser únicamente un medio para elegir autoridades, es, más bien, una forma de vida en el que el respeto y la tolerancia deben ser una práctica común, que la violencia en la confrontación política sea apenas un triste recuerdo del pasado, es necesario erradicar esta perversa forma de ser, que ve al contrario político como enemigo.
De ahí, que en la contradicción democracia vs autoritarismo, es impensable llegar al próximo proceso electoral si es que antes no se reponen los valores y principios democráticos en las calles, de tal manera que el voto recupere su dignidad y eficacia en la conformación del poder político.
Sucre, octubre de 2022
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Fuente: Agustín Zambrana en El Bunker
