El HOMBRE… El hombre la miró a los ojos, observó su cara y esa piel que alguna vez roz…

El
HOMBRE…

El hombre la miró a los ojos, observó su cara y esa piel que alguna vez rozó.
Y entonces la sintió.
La palpó en toda su magnitud.
Sintió la soledad de su ausencia.
Soledad, esa maldita sombra en forma de pulpo que lo atrapaba cuando en ella pensaba.
Por eso estaba ahí.
Frente a ella.
El hombre no dejaba de mirarla.
Y mientras la observaba, comprendió que ella fue la única mujer que lo quiso de verdad en este mundo.
Sus lágrimas fluian mansamente.
Y recién entendió lo que hace mucho sabía y no aceptaba.
Él fue quien falló.
Por eso estaba ahí…
Mirándole fijo a los ojos, sin decir palabra, pero en su mente y corazón solo existía una palabra mil veces repetida:
– Perdón…
-musitaba el hombre.
Y a su mente vinieron imágenes de besos y abrazos compartidos, cuantos cumpleaños festejados, cuanta felicidad ignorada…
Y en su mente la vio bonita.
Joven y radiante, como la veía en ese tiempo.
– Perdón…
-volvió a balbucear, ahora entre sollozos tardíos el hombre.
Volvió a clavar su mirada en los ojos de la mujer, mientras su corazón palpitaba al ritmo de las viejas canciones que a ella le gustaban.
Las canciones que por alguna extraña razón nunca le cantó, las canciones de la serenata que nunca le dio.
Y le dolió más.
Porque infinidad de veces le cantó a miles de personas, menos a ella…
Cuántas palabras hermosas salieron escritas de sus manos, pero no fueron para ella…
-Perdón…
-musitaba el hombre.
Y entonces recordó el sueño…
El sueño que tuvo con ella, días antes de su partida.
El sueño en el que ella entró sonríente a la casa, el sueño donde ella no miró a nadie, el sueño donde ella se le acercó y sin decir palabra lo besó en la frente.
El sueño donde ella vino a despedirse.
El sueño donde ella le dijo:
– Dios te bendiga hijo…
El sueño donde la vio por última vez.
Atardecia y el hombre miraba a los ojos de su madre muerta.
Atardecia, casi era de noche y el hombre se acercó a la foto, una vieja foto impresa en la lápida.
– Gracias por todo mamá, perdóneme le suplico, perdóneme por no haber sido un mejor hijo…
-musitaba, casi rezando.
Lloraba amargamente el hombre, lloraba mientras besaba la helada foto.
El hombre sabía que ya era tarde, pero también sabía que algun día la vería de nuevo, en otro tiempo, otra dimensión.
Un rato después, el hombre salía del cementerio y montaba en su bicicleta.
Era una tarde de noviembre, y el paro continuaba…

El ESCRIBIDOR.
😭



Fuente: Párraga Jose – El ESCRIBIDOR