Santa Cruz, 10 de noviembre de 2022 (ABI).- El paro cívico impuesto en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra transcurre desde hace una semana atrás casi como un ritual, divido en tres tiempos: Normalidad, bloqueo y enfrentamientos.
La urbe más poblada de Bolivia tiene una gran vitalidad de movimiento y comercio desde la madrugada hasta pasado el mediodía.
A media tarde, luego de la pereza de la siesta, los bloqueadores salen a las calles y se dedican a entorpecer el tránsito urbano.
Y al caer la noche, grupos violentos de choque de hombres maduros, que se hacen llamar Comité Cívico “Juvenil” de Santa Cruz, marchan al Plan Tres Mil para enfrentarse con los gremiales e intentar romper el desarrollo normal de las actividades económicas.
La Unión Juvenil es un brazo violento y radical de los cívicos cruceños y en los dos paros de este año intentaron imponer por la fuerza la medida.
La ciudadela Andrés Ibáñez, de 300.000 habitantes y 16 mercados de abasto, popularmente conocida como Plan Tres Mil, desafió el paro cívico desde su primer día con el desarrollo normal de sus actividades económicas.
La Federación de Juntas Vecinales (Fejuve) del Plan y los 107 barrios que la integran, la Central Obrera Departamental, con sus 66 sectores afiliados, tampoco acatan el paro económico que pretende carácter indefinido.
El Plan está ubicado en la zona sur de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra y es una de las periferias urbanas más jóvenes y pobladas del continente.
Su población, hijos de origen guaraní, aimara y quechua, se dedica, en gran parte, al trabajo gremial en puestos callejeros o en los mercados populares; son obreros de la construcción, transportistas urbanos y de larga distancia, agricultores, arrieros y también profesionales universitarios.
Cambio
Los bloqueos que se instalaron los primeros días de la medida tenían un ambiente de reunión familiar de domingo con latas de cerveza, churrasco y los chicos en medio de la calle jugando al fútbol o paseando en bicicleta.
Un influyente medio local, abierto opositor al gobierno socialista de Luis Arce, agregaba un matiz generoso y soñador al inicio del paro, casi romántico, mostrando piscinas inflables y jóvenes disfrutando de ella con comida y bebida en abundancia. El objetivo del medio era graficar el “sacrificio” de la clase alta cruceña.
A partir del cuarto anillo, el paro se cumplía con agua y coca y a pleno sol. Las diferencias de los bloqueos de la clase alta y la popular terminaron por fracturar la medida y a sus protagonistas.
Y hoy, con 20 días de paro, entre neumáticos viejos y basura que se acumula por toda la ciudad, algunos grupos de vecinos, aislados entre el sexto y décimo anillo, instalan controles móviles y, por tristes monedas, dejan circular a los molestos conductores.
No bloquean en apoyo al movimiento cívico, lo hacen para llevar el pan a la mesa.
“Que se joda (Fernando) Camacho”, dice un hombre sin piezas dentales y aliento a alcohol, y la gorra al revés, como utiliza el gobernador cruceño, en un punto del décimo anillo que pide, con cinco hombres, dinero a cada vehículo que se tropieza con su punto de “control”.
Mercados
Desde tempranas horas de la mañana, los mercados de la ciudad atienden con normalidad y el transporte corre con fluidez.
La medida no tiene el respaldo del alcalde de Santa Cruz, Jhonny Fernández, ni de gremialistas, artesanos, universitarios y la Asociación de Municipios de Santa Cruz (Amdecruz).
El Mercado Mutualista, que fue afectado por un incendio el 31 de julio pasado, abre sus puestos de trabajo de forma cotidiana. Sus miembros tienen deudas que pagar al sistema bancario.
Los Pozos y Palmar atienden sin problemas ni incidentes.
En tanto, las líneas de microbuses, trufis y mototaxis circulan con normalidad hasta que los bloqueadores interrumpen el tráfico.
En el centro de la ciudad, las instituciones públicas abrieron sus puertas como todos los días, así como la Alcaldía cruceña.
El anuncio de toma de instituciones, como ocurrió en 2019 en la ciudad de La Paz, cambió a esporádicas vigilias.
Mac/
Fuente: ABI