GUAYARAMERÍN Y YO… Tengo catorce años, hace poco llegué a Guayará y camino por un suelo…

GUAYARAMERÍN
Y
YO…

Tengo catorce años, hace poco llegué a Guayará y camino por un suelo colorado que recién conozco.
El vuelo desde Trinidad fue feo.
Es de mañana, aun no son las diez pero el sol ya pela.
¡Llegó el cruco!
-escucho decir a mi tío Choco Mejía, un hombre alto y corpulento.
Recién lo conozco.
Pasan las motos por todos lados, vienen en contraruta, por la izquierda, por la derecha por donde sea y veo una amplia avenida donde en una esquina se lee:
Federico Román.
Pasan a mi lado un par de milicos.
Feos, mala traza, pero arrogantes como todo milico que se cree el tipo de la película en las fronteras y mucho más ahora, en un tiempo donde la dictadura militar se impone, con García Meza como presidente
Es otro día.
Muy temprano en la mañana, me veo entrando a clases en el viejo MAO. El poderoso Manuel Antonio Ojopi.
Tiene dos hileras de aulas, una cancha de cemento y al fondo una espectacular cancha de once.
En la puerta me recibe Michi Camargo, recién lo conozco y él dice a modo de saludo:
– Vos debés ser el cruco.
Solo sonrío.
Me emputa que me digan cruco.
Todos entramos a clases y distingo a uno de caminar medio raro y algo delicado. Se llama Vlaldimir y dicen que su padre es el insigne doctor Bravo. Lo acompaña un tal Pelo Roca.
De pronto…
Un grito.
¡Pecho e Pato!
Es Robinson Romero que luego será mi compañero.
Grita y se esconde, mientras Pecho e Pato uno de los profes, busca al atronau que todos los días le hace lo mismo.
Nunca sabrá quién lo molesta.
Atardece y después de una brutal chapuceada en El Arroyo camino por la Federico Román y llego al kiosko, ubicado en la esquina de la plaza.
Cruzo al billar y está lleno de vagos, entre ellos un pelau que parece chino, famoso por robar ropa en las tiendas brasileras de la banda.
Está lleno.
Veo un cine a pocos metros.
Cine “Copacabana”.
En la entrada están los afiches de la función doble.
Gran estreno: El Imperio Contraataca y en segunda parte La Laguna Azul.
Ya las vi hace un año en Santa Cruz.
Entonces aparece uno de mis primeros amigos, se llama Yanko Antelo y es el flaco que ya se aburrió de pasar por el colegio adventista en su bici y en una rueda, sólo pa impresionar a las peladas.
Mis pies pisan la tierra colorada y me llevan por el Club Social, doy la vuelta y bajo una cuadra.
Entonces los veo.
Don Julio Salinas conversa de goma y sernambí con mis tíos Pastor Párraga y Choco Mejía.
Ya es de noche…
Guayalux está cerrado, aún es temprano, así que iré a Floresta.
Dicen que hoy toca Melody y con ellos estará Chopin, el joven genio de la música en Guayaramerín.
Camino pa allá, pero en la ruta me topo con el Profesor Chaplin, quien conversa en la esquina con Dorian Arias Montero, el mejor periodista beniano.
De pronto…
Ya no es de noche, todo es luz y un sol despiadado me quema.
Estoy en el arroyo, debajo del Puente del Amor; más allá, don Juan Yanne me mira desconfiado; cuidando a su hija Carmela.
De la nada aparece un camión del ejército lleno de bolis, me hago el rengo y defectuoso; pasan mirándome con ganas de reclutarme.
No me gustan los milicos.
Perdón, detesto a los milicos.
Cierro los ojos, el sol me ciega.
Al abrirlos estoy en la cancha.
Soy el adulau del profe.
– Cruco Tahuichi.
-me dice cuando me ve.
Es hora de entrenar.
En un lado de la cancha el profe Michi Camargo trabaja a los arqueros, mientras El Puto prepara el trabajo de la tarde.
– ¡Apure Cámaradita! -me dice con su voz ronca.
Juego en el equipo Colegio y hay que ganar el domingo.
A un lado de la cancha, Dorian Arias Montero y Acho Párraga entrevistan a los jugadores.
Salgo del estadio y pasa Mococo llevando a Cachuelero, mientras los frescos Alfredo y Roberto conversan de cosas de hombres frente a la cooperativa de teléfonos.
Camino…
Llego al puerto y el majestuoso Mamoré canta en las cachuelas, la música que adorna las danzas que enseña Juanita Párraga y me siento raro, todo me da vueltas, todo se hace oscuro.
Entonces despierto.
Me duelen los brazos.
Olvidé decir que en el sueño, Tita Robles me dio una tunda el primer día que fui al M.A.O., sólo porque no le caen los Crucos.
Siempre sucede.
En cada noviembre sueño con el mejor año de mi vida adolescente, sueño con el eterno Mamoré y sus hermosos atardeceres.
Sueño con mi tío Choco Mejía, me veo navegando por el río de ida al Benicito, en busca de las bolachas de goma.

Sueño que vuelvo a Guayaramerín…



EL ESCRIBIDOR.

Fuente: Párraga Jose – El ESCRIBIDOR