Algunos todavía no han entendido la trascendencia que tiene el paro cívico de Santa Cruz, que marcará la historia de Bolivia como ningún otro acontecimiento. El país será otro a partir de este inmenso sacrificio que está haciendo el pueblo cruceño, el nuevo gran protagonista de la democracia boliviana, que se ha cargado encima los grandes desafíos de la nación, amenazada por enormes peligros que la ponen al borde de la desaparición.
Las miradas simplistas hablan de ganadores y perdedores, presionan para que se levanten los bloqueos y todo vuelva a la normalidad, sin tomar en cuenta que cada día que la ciudadanía se le planta en las narices del gobierno, se logran nuevas conquistas, pues se trata de la madre de todas las batallas, la estocada final que necesita darle la población a los proyectos dictatoriales, algo que lamentablemente quedó pendiente en el 2019.
¿Qué normalidad quieren? ¿La persecución, el narcotráfico, los abusos de la justicia, el fraude, las mentiras, la corrupción, el despilfarro y el matonaje de la policía? En estos días Santa Cruz ha estado mostrado con lujo de detalles y en toda su dimensión la verdadera naturaleza del “proceso de cambio». Ha sido una suerte de condensación de las iniquidades que venimos sufriendo desde el 2006, especialmente los cruceños, los odiados del masismo, los que ya tienen orden de desalojo y contra quienes se descarga toda una artillería de xenofobia, sólo comparable con la que soportaron los judíos en Alemania, los armenios en Turquía o los tibetanos en China. Ese es el objetivo de este gobierno criminal, los bolivianos de los ocho departamentos restantes ya se dieron cuenta y han reaccionado después de haber guardado un silencio cómplice por tantos años.
El gobierno ha hecho con Santa Cruz lo que les ha dado la gana. Lo viene haciendo desde que llegó al poder con el objetivo bien marcado de sacar a los cruceños del mapa. Este paro ha servido para que todos llamen a eso “terrorismo de estado” y que peguen el grito al cielo por el comportamiento de la policía, algo que para los cruceños es cotidiano.
Prohibiciones y atropellos como el que de forma artera ordenó el gobierno contra las exportaciones cruceñas también han sido prácticamente una rutina desde el 2006, pero esta vez todos chillaron, se dieron cuenta el enorme peso que tiene Santa Cruz en la economía nacional, sobre todo cuando ya no hay gas y que los mineros no quieren pagar impuestos. Gracias al paro los bolivianos se han enterado que no pueden llenar la olla ni comer tres veces al día si no es por la producción cruceña y que el único modelo que sirve, que funciona y que promete mantener al país en pie es el cruceño, lo demás es un fracaso.
Lo más importante de este paro ha sido poner en evidencia la necesidad de que las regiones, los municipios, las comunidades y hasta la última aldea boliviana hagan un nuevo contrato con el estado centralista, abusivo, insensible, atropellador y acaparador, pues la enorme cantidad de recursos que concentra en sus manos sólo sirve para maltratar a los bolivianos y reproducir las estructuras de la pobreza. Por si fuera poco, el paro también está evidenciando que Luis Arce es hijo del fraude y que su gran tozudez es precisamente para evitar que se lo descubra y que le impidan seguir con su impostura. Todo lo que se ha hecho y se debe hacer es poco con tal de sacarnos de encima la amenaza de los criminales. ppDrtv
Fuente: Eduardo Bowles