Cada vez que la justicia plurinacional no puede disimular su olor nauseabundo, se oyen voces que hablan de invadir Santa Cruz, como si se tratara de un paseo dominical. Es decir, cada cuarto de hora – son maravillosas las garantías burocráticas que existen para fomentar un delito tan cínico, ¿no?
El planteamiento me recuerda la situación de aquel lombardo que fue a invadir Ravena y se quedó paralizado de vergüenza. Según la leyenda, aún tenía rubor suficiente para impresionarse con la ciudad que murió defendiendo… Los raveneses lo inmortalizaron después con un epitafio consagrado a su integridad…
Ni los que se ofrecen a venir son germanos, ni Santa Cruz es Ravena (aunque la época se parece cada vez más al inicio de la Edad Media). De todas formas, la metáfora es oportuna… Veamos como la resume Borges:
“No fue un traidor (los traidores no suelen inspirar epitafios piadosos); fue un iluminado, un converso. Al cabo de unas cuantas generaciones, los longobardos que culparon al tránsfuga procedieron como él;”
Bueno, en este caso, ya hay generaciones anteriores a él.
Fuente: Roberto Barbery Anaya.