DEL
14 DE FEBRERO
AL 21 DE
SEPTIEMBRE.
¡…y otras camoteras!
Era difícil.
Verla pasar con la infaltable amiga que nunca se le desprendía, esa que nos blanqueaba los ojos, casi con asco de solo vernos.
La infaltable amiga de la pelada que nos gustaba, esa que con la mirada parecía decir algo así como:
¡Vos no sos pa mi amiga!
¡Pobre ridículo!
Y habían misiones casi imposibles como
averiguar su número de teléfono y claro, tener los huevitos bien puestos pa llamarla del teléfono rojo y cuadrado que nunca faltaba en alguna venta, con el riesgo que atienda su padre.
No era chiste.
Animarse a hablarle, sin haber pasado antes por el papelito doblado, el wsp nuestro, esa nota escrita que algún comedido le llevaba y le entregaba en el recreo con el infaltable:
– Te manda mi amigo.
Y ahí estaba ella, con su carita de asombro, y con los cachetes calientes, leyendo ansiosa la notita de amor y por supuesto…
La amiga.
La infaltable metiche, la curiosanga y ansiosa que er capaz de matar por saber quién era el camote, el pelau a quien había que detestar luego.
– ¿Te acompañó?
La más difícil de las preguntas, esas que salían de la boca, mientras el corazón casi estallaba por la incertidumbre de la respuesta.
Y bueno…
Caminar con ella es maravillosa cuadra bajo el solazo del medio día, contemplando su polera blanca con ribetes y cuello color azul del colegio, con el jeans todo pintado con lapicero y la chamarra que combinaba con las zapatillas deportivas, la chamarra atada por las mangas a la cadera.
Y entonces sucedía.
La mágica charla de unos minutos que se volvían eternos, con el miedo de ser pillados por el hermano celoso o el padre desconfiado.
Ser camote en ese tiempo era difícil.
Peor se ponía cuando en medio de la camotera ella decía:
– Tenés que pedirle permiso a papá para que nos veamos.
Y entonces…
Una noche de esas, el camote llegaba a la casa de la camote con los huevos en el coto, asustado pero camote.
– Buenas noches señor.
– Quería pedirle permiso para visitar a su hija, aquí en su casa.
-decía el camote con un hilo de voz.
Y entonces el terror aumentaba, cuando el potencial suegro preguntaba con voz de trueno.
– ¿Que querés con mi hija?
– ¿Trabajás?
– ¿Estudiás?
– ¿Quién es tu padre?
Ayyy nooo.
Y mientras el camote meditaba las respuestas, el hermano mayor de la camote le miraba feo desde la puerta.
Así era…
Eran las camoteras de radio con canciones dedicadas, noches de serenatas con canciones que eran poemas.
Eso sí.
Había que ser cuidadoso si es que el camote no sabía cantar o tocar la guitarra.
Cuidadoso debía ser, para escoger y llevar al amigo que si cantaba y tocaba.
La regla número decía que el bohemio jamás debía ser más pintudo que el camote.
Y por supuesto.
Había canciones para cada situación.
Si el camote metía la pata, era infaltable el «Perdoname» de Camilo Sesto, si se trataba de una bella promesa, infaltable el «Te amaré» de Miguel Bosé.
Las idas al cine eran mágicas.
El momento más esperado.
Ese instante cuando las luces se apagaban, cuando lo que menos importaba era la película.
¿Y las fiestas?
Bailar abrazados, sintiendo el olor suave de su cabello, mientras Peter Cetera y la magia de Chicago decían «You are my inspiration…» o cuando Santa Esmeralda, con la voz de Leroy Gómez susurraba «You are my everything».
Pero…
Lo grave era cuando nada de eso sucedía, y la pelada no nos daba pelota y pasaba mirando los cables del poste.
Esas eran camoteras, más allá si eran del catorce de febrero entre los gringos, o veintiuno de septiembre entre nosotros.
Ayer, hoy, mañana, en veiente años y más aún, cuando nosotros ya no estemos, siempre existirá un par de camotes que del amor hagan algo bello.
En fin…
Feliz día, a los camotes que aún alegran el mundo…
No importa la fecha, ya estas viejo pa joder con algo tan simple como una fecha.
Para la camotera, todos los días es la fecha.
El ESCRIBIDOR.
Fuente: Párraga Jose – El ESCRIBIDOR