La volatilidad y escasez en el mercado del dólar, creadas no por “analistas especuladores” sino por el tipo de cambio especial dispuesto por las autoridades monetarias, marcan un momento de crisis en el relato que presenta a Luis Arce como un “buen administrador”.
Esta imagen, que fue construida a lo largo de su gestión como ministro de economía de Evo Morales, se alimentó de los abundantes ingresos a las arcas estatales por la exportación de hidrocarburos, gracias a las reservas encontradas en gobiernos anteriores al “proceso de cambio”.
También ayudaban el contraste con el desastre venezolano, ante el cual el despilfarro del Estado Plurinacional parecía moderado, la generosa publicidad en ciertos medios internacionales y la política de tipo de cambio fijo, precisamente la que ahora ha entrado en una zona de incertidumbre.
¿Cómo se llega, entonces, al punto de inflexión actual? Por una parte, hay un agotamiento objetivo en la estrategia de postergar la revisión del modelo, aplicando un fuerte endeudamiento público. Pero tan importante como eso es lo subjetivo, el descuido de ese relato por la concentración en otra narrativa, la del “golpe del 2019”, que ha distraído recursos y tiempo en algo que tiene como único beneficiario a Morales y sus ambiciones de retorno al sillón presidencial.
Sostener el relato del “golpe” ha implicado fogonear el revanchismo judicial, rechazado en el principal motor económico del país, como es el departamento de Santa Cruz. La manipulación de la justicia tampoco le hace bien a los indicadores de seguridad jurídica de Bolivia, con el consiguiente efecto desmotivador sobre las inversiones.
Todo indica que, si Arce aspira a reconstruir lo que pueda de la narrativa del “buen administrador”, tendrá que priorizarla sobre el relato del 2019. La producción antes que la persecución.
Esto pasa, primero, por dejar de crispar al país con procesos a opositores, y segundo, por recomponer el diálogo con el empresariado, con miras a liberar el potencial exportador del sector privado.
Parece simple, lógico y de sentido común, pero hacerlo implica descorrer algunos velos ideológicos para ver la realidad y, sobre todo, desenredarse de varios condicionamientos que impone la interna. Es previsible que cualquier giro a la racionalidad que pueda dar Arce será recibido por Evo con acusaciones de “derechización”, aunque paradójicamente él mismo se dé más libertades, hablando de flexibilizar condiciones para las exportaciones.
Max Jacob definió al sentido común como “el instinto de la verdad”. Podría ser también un instinto de sobrevivencia, que puede inhibirse por el monólogo del poder.
Fuente: Emilio Martínez – publico.bo