Fue un heraldo negro de la burocracia, tan asombrosamente Revolucionaria; una suerte de oráculo de las incontinencias de los Estados, tan exageradamente justos en su piedad social; no vio diferencias
entre un cadáver y un expediente…Sus obras nos hablan de la perplejidad del individuo en medio de ese orden corporativo, que tiene cuidadosamente reglamentada la angustia… Su desazón existencial es tan elocuente que llega a transmitirnos un sentimiento inabarcable de confusión y horror, al extremo de que es necesario prestarnos su nombre para definirlo…
Es, por cierto, uno de los pocos escritores que se ha convertido en un concepto, ambiguo, pero concepto al fin… Su conciencia de la maquinaria urdida y por urdir no lo dejó vivir en paz…
Hoy, en el misterio singular de sus ojos profundos, creo ver los míos y los de muchos otros, aunque permanezcan en silencio – “Mi gente, si acaso existe…”
Fuente: Roberto Barbery Anaya.