Su sueño fue ser jugador de fútbol; pero cuenta que su abuela le tenía prohibido frecuentar la pelota para no gastar las suelas gastadas de sus zapatos… Luego, contrajo la enfermedad de los pobres: la fiel tuberculosis, que lo acompañó hasta aquel 4 de enero de 1960, cuando su vida se apagó, temprano, a los 46 años.
Entre los escombros del vehículo accidentado se encontraron los manuscritos de su obra autobiográfica: “El primer hombre”, que recién fue editada más de treinta años después.
“El primer hombre” plantea una situación triste: todo hombre pobre, sin mayor legado moral y material, es El primer hombre, porque tiene que empezar de la «nada» – Meursault, el personaje de “El extranjero”, sólo tiene el mar y el sol del Mediterráneo…
Su obra literaria es un legado hermoso de la filosofía. Recrea la lucha de un alma irrepetible para sobrevivir moralmente en un mundo configurado por espacios comunes. Sobre todo, por los espacios comunes de la Política. Así, reniega del Historicismo, que pretende una orientación colectiva en los acontecimientos, aplastando el valor individual. Reivindica la impronta personal, intransferible, que no puede ser recluida en categorías gregarias como la etnia, la nación, la edad o el sexo.
Como si fuera una especie de Zhivago enamorado entre los moldes burocráticos de la Revolución Rusa, defendió frente a los cultores de los Totalitarismos, la libertad universal del hombre singular, lo que le valió por igual críticas de carcamales de autoritarismos anacrónicos y de oportunistas de autoritarismos en boga. Y también le valió el estigma de franceses – su cultura intelectual – y de argelinos – su cultura natural-, en momentos en que se libró la cruenta Guerra de la Independencia de Argelia.
La distancia que mantuvo frente a toda forma de alienación fue el testimonio concreto de su integridad. Y sólo fue posible porque se guío con alegría, sin conceder espacio para rencores privados que engendran revanchismos sociales. Poco antes de irse, él mismo se encargó de resumirlo para la posteridad en los siguientes términos: “La pobreza, tal como la he vivido, no me ha enseñado, pues, el resentimiento, sino al contrario, una cierta fidelidad y una muda tenacidad”.
El legado de un pobre.
Fuente: Roberto Barbery Anaya.