Gobiernan las emociones, no la razón, ni siquiera la economía. La gente hace acrobacias que inclusive ponen en riesgo su patrimonio a cambio de un gesto mínimo de aprobación. El ser humano grita
desesperadamente pidiendo atención, pero no como especie: como individuo. La crisis más profunda que vivimos ya no tiene características de programa de gobierno: es una crisis de autoestima. Por eso constituye un anacronismo ridículo que desde la vereda del Estado se proponga como objetivo “la felicidad”. El mundo pertenece cada día más al dominio de la psicología.Fuente: Roberto Barbery Anaya.