EL GORDO
BIGOTUDO
DEL CHEVETTE
ROJO…
Era casi media noche en la plaza 24 de septiembre y Joseco Uribe, Carlitos Hollweg, Ivan Téllez, Sapo Eléctrico un flaco llamado Endeir y yo estábamos fuera de La Pascana.
¡Noche de preca!
De pronto…
Por las cuatro esquinas aparecieron los cascos blancos, la poli militar.
¡Reclutamiento!
Grave…
Cuando vi a los soldados, busqué a los ilustres mencionados para avisarles y ya ninguno había..
Ya habían pelechau los desgra…
No puej…
Le puse el pique pa’ la Sucre, cuando escuché a mis espaldas:
– ¡Alto, párate carajo!
Era un soldado entrenado que me correteaba.
Miechi…
Llegué a la esquina del Concejo y el soldado ya casi me alcanzaba.
-¡Parate carajo!
-¡Parate voj que nadie te corre!
-respondí hecho el payaso y ya jadeando.
Todo cerrado y el pecho qué ya me estallaba. Llegué a la renta, calle La Paz y el maldito no se cansaba.
Seguí corriendo, llegué a la Jesús Nazareno y a lo diagonal vi una puerta abierta.
No puej…
Me tiré de cabeza dentro de la casa y quedé fundido en el suelo.
El soldado esperó un ratito fuera y luego se fue.
La dueña de casa me miró asustada, le expliqué y ella entendió.
Luego salí.
En ese tiempo vivía yo por la plaza Calleja y pa’ allá ya me iba, hecho bolsa el camba.
Entonces apareció…
Pip, Pip..
La bocina.
El gordo bigotudo del chevette rojo.
Un tipo igualingo al señor Barriga.
– Choco, están los soldados por aquí, subí te acerco, ¡esos tipos son abusivos!
-dijo amable el gordo, y con voz visiblemente preocupada.
No estaba pa hacerme el penga, así que subí.
¿Que iba yo a saber?
– ¿Donde vas?
– A la Calleja…
Conversación breve, bla, bla, bla.
De pronto…
– ¡Sos lindo!, ¡una cadena en ese cuello se vería divina!
-dijo de pronto el gordo, intentando tocarme la rodilla.
No puej.
Ya íbamos por el City Hall…
Frescango el comedido.
¿Qué hacer?
Molesto e incómodo miré pa atrás y en eso la vi.
En el asiento trasero.
Ahí estaba.
Una sandíanga tamaño familiar.
Me avivé puej.
– ¡Regaleme esa sandía!
-le dije sin asco al dogor.
– ¡Claro, lo que querrás mi bello!
-respondió el Gordo, con mirada coqueta tras de sus lentes.
Ya habíamos doblado por la Oruro y casi llegábamos a la esquina de la Warnes, por la casa de Lucho Dominguez…
– Aquí vivo, déjeme aquí por favor.
-dije yo, señalando la casa de mi amigo Ricardo Lorent, un basquetbolista de casi dos metros, buen tipo. Compañero de andanzas de pelaus junto a Raul «sonso adidas», Chicho Gomez, Lalo Arano y de vez en cuando el gran dibujante Noel Castillo.
Ricardo, el mismo que nos llevaba a a dar serenata a la casa de Monty Olmos, y luego nos traía a pata desde Plan 12.
– ¿Cuando te veo hermoso?
-dijo el petacudo, mientras yo salía del chevette.
– Mañana, búsqueme ahí, en esa puerta.
-dije yo bajando con las dos manos mi sandíanga, y señalando con la jeta la puerta de Ricardo.
– ¿Y este bb tiene nombre?
-preguntó el gordo.
– Ricardo.
-respondí con voz de Jorge Arias, dejando la sandia en el suelo y buscando en mi bolsillo unas llaves que no tenía para dijqué entrar.
El chevette arrancó.
Quince minutos después, yo comía una deliciosa sandía en un banquillo de la Calleja.
La leyenda dice…
Que el gordo bigotudo se apareció buscando a Ricardo, y este casi lo agarra a patadas, pero yo no la creo.
También…
La leyenda dice, que el gordo les compraba botas texanas marca Laredo a varios pelaus conociditos del colegio Jesús de Nazaret.
Támpoco la creo.
La leyenda dice, que el gordo era un respetado médico o profesor que trabajaba por la calle La Paz.
No sé…
Yo era chico en ese tiempo…
El ESCRIBIDOR.
Fuente: Párraga Jose – El ESCRIBIDOR