Era parte de aquel día blanco, callado, ausente, que no tenía la indiscreción del sol. Con la fe puesta en el silencio, disfrutaba un momento de tristeza perfecta. Ni un libro se interponía entre la tarde y él.
Pero yo existo. Yo y mi ansiedad. Eso quiere decir que no puedo dejar nada sin profanar. Entonces resolví entrar al Café y le pregunté si podía leer lo que había escrito en una servilleta.
Sin abandonar el encanto de la ventana, José María Barbieri hizo una mueca indiferente, casi imperceptible.
El texto no es abstracto. Su tono inclusive tiene fuerza cotidiana. Dice así:
“No es prudente consagrar demasiado tiempo a leer. Menos a releer. Los desafíos perdurables de una vida no tienen relación con extravagancias melancólicas, que cuando se vuelven habituales, terminan conspirando contra uno mismo… El Ulises de Dante no debió navegar más allá de las Columnas de Hércules. El Ulises de Homero no debió salir de Ítaca. La Sed de Conocimiento es también un canto pérfido. Un Canto de Sirena, que puede convertirse en la mayor usura de todas…”
Fuente: Roberto Barbery Anaya.