EL CAMIREÑO… El camireño entrecerró los ojos. Se dejó llevar por el pasado y se vio muy…

EL
CAMIREÑO…

El camireño entrecerró los ojos.
Se dejó llevar por el pasado y se vio muy niño, en su natal Camiri.
Se emocionó.
Y entonces, en sus oídos resonó el pito.
El viejo pito de Yacimientos, el que sonaba puntual cada medio día, en la época en que la pulpería abastecía de todos.
En la época en que Camiri abastecía a Bolivia.
El camireño recordaba.
Y se volvió a ver, se contempló muy niño. Se vio buscando piedras de colores, para dibujar y pintar cosas en otras piedras.
Pero…
Mientras otros muchachos disfrutaban de su padre, el niño camireño se resignaba a la ausencia del suyo.
– «Mi padre murió cuando yo tenía un año.»
-me dijo, con la mirada algo ausente.
Y claro…
Ese vacío fue llenado por su madre.
La señora que le compró papel y le hizo una especie de carpeta, un álbum con las hojas unidas por hilos.
Ella sabía cómo hacerlo.
Era costurera.
Ella sabía que su niño tenía un talento.
Ese talento, con el que pocos nacen.
El niño camireño tambien lo sabía.
Y ya desde ese tiempo lo explotaba.
– «Yo les hacia los dibujos a mis compañeros, a cambio de la merienda que ellos llevaban a la escuela. Nunca me faltaba comida.»
-me confesó con cara e pícaro.
Así fue creciendo.
Y el niño camireño se hizo joven.
Y un día se fue al cuartel.
Y entonces volvió a suceder.
En ese sitio, se siguió beneficiando del talento que tenía.
Pintaba hermoso.
Pero el talento hay que desarrollarlo.
Y él supo hacerlo bien.
Con el tiempo…
El camireño abandonó la casa, se vino a Santa Cruz a buscar la vida.
Con el tiempo…
El camireño tuvo su propia familia y proveía a su hogar manejando los Toyota 4 x 4, esos poderosos tachos que eran los taxis de entonces, esos bólidos que trajinaban los arenales, esas dunas que eran entonces las calles cruceñas.
Era la década del setenta.
Y el camireño sabía que podía vivir de su talento, porque su sueño de niño estaba intacto.
Entonces conoció a otros talentosos como él.
Entre ellos un nombre, una persona que se quedó en su memoria.
El nombre de alguien tan insigne, grande y respetable como él.
Etelvina Peña…
El camireño la recuerda ahora, con mucha admiración y respeto.
El camireño también evoca, el momento en que le dijo a su esposa:
– «Quiero dedicarme a pintar, yo sé que podemos vivir de mi talento»
Él no lo sabía entonces…
No sospechaba el camireño.
No podía suponer que ganaria concursos, que vendería miles de cuadros, que sus obras se expondrían en la Naciones Unidas, que seria un referente boliviano de la pintura.
Él no sabía lo detalles de todo aquello.
Pero el camireño sabía que podía hacerlo.
Y el camireño lo hizo.
Y claro.
Desde entonces y para siempre…
En sus pinturas está escrito.
Ahí, en la parte baja de sus bellísimos cuadros se lee su nombre:
Ángel Blanco.

El ESCRIBIDOR.





Fuente: Párraga Jose – El ESCRIBIDOR