El SILBACO… Yo no sabía. ¿Cómo podía yo saber sobre algo que pasó casi cien años ante…

El
SILBACO…

Yo no sabía.
¿Cómo podía yo saber sobre algo que pasó casi cien años antes?
La noche que lo escuché fue simplemente terrorífico.
Yo tenia ocho años, y fue en la Ana Barba, en el canchón inmenso y oscuro que había atras de mi casa.
Yo no sabía.
¿Que iba yo a saber de Pedro, el muchacho leñador que vivió en algún lugar de Santa Cruz, un sitio que la leyenda olvidó señalar?
Decían los viejos…
Las abuelas contaban que Pedro era leñador y vivía por la zona del Tao. En ese entonces, el Tao era el sitio de donde los cruceños sacaban tierra greda, usada para construir las antiguas viviendas con techo de hojas de motacú.
Era la época de carretones, cuando el carnaval lo festejaban solamente los hombres, ¡y a caballo!
Pedro era el clásico camba trabajador toponaso. El pelau pobre pero pintudo, mucha pinta… ¡como todo camba!
Pedro, el muchacho pobre que se enamoró de la hija bonita del patrón rico.
Grave.
Camotera imposible para la época.
Pero…
La pelada no era indiferente al sentir del cunumi avivau.
Y como el amor puede todo, ellos hallaron el modo.
Él la buscaba por las noches, ellos tenían un código.
Él silbaba en la oscuridad, escondido entre los toborochis.
Ella respondía con otro silbido como respuesta.
Entonces, Pedro se acercaba silbando en la oscuridad.
Era el código.
Y luego…
Ella salía a escondidas, descalza y camote hasta las patas.
Y claro…
Con el tiempo sucedió lo inevitable.
Cuando el patrón se dio cuenta del embarazo de la hija, buscó como loco al padre del niño para matarlo.
Pero…
En el afán de saber quien era el padre, torturó a su hija para que hable y en ese afán se le fue la mano.
El patrón sin querer mató a su hija.
¡Que desgracia!
No lejos de ahí, Pedro supo la noticia.
Y claro…
Los viejos que se acordaban del hecho, contarían muchos años después que Pedro enloqueció.
Decian que loco de amor, y con los cables chipados, Pedro agarró su hacha y fuera de sí despedazó a sus padres y hermanos.
Contaban que bañado en sangre, deambulaba con el hacha en la mano y silbando.
Decían que el silbido era horrible.
Los viejos contaban que Pedro caminaba silbando, esperando el silbido de respuesta de su amada, con el hacha que chorreaba la sangre de sus padres.
Y claro…
Decían que la gente lo agarró y lo llevaron donde el cura, quien al saber los hechos, declaró al muchacho como poseído por el diablo…
No fue más.
La gente motivada por el cura, procedió a quemar vivo al pobre Pedro.
Y mientras la pira ardía con el horrible olor a carne quemada, se escuchaba el macabro silbido…
El espeluznante silbido que esperaba el silbido de respuesta.
El mismo silbido que yo escuché a los ocho años…
El silbido que de curioso contesté con otro silbido, solo para escuchar el terrorífico sonido, pero esta vez más cerca.
No puej…
Tiré el pique al cuarto donde mamá costuraba y le conté.
Ella solo dijo:
– Ahhh…
– Es el silbaco. No volvás a contestarle, ¿oíste?
Y luego…
Otra vez el silbido en el patio, un silbido que se alejaba lentamente…

El ESCRIBIDOR.



Fuente: Párraga Jose – El ESCRIBIDOR