…en el mejor de los casos, un predicador es un desmesurado que se engaña a sí mismo y que, a partir de su malentendido, quiere hacer carrera engañando pintorescamente a los demás…
Sin embargo, por lo general, es solo un manipulador de la angustia religiosa de existir, un zángano de la fe burocrática en el Estado o un traficante mentecato de la organización civil…Cabe reconocer otro misterio cotidiano: un predicador odia más a los escépticos que a sus propios enemigos, porque está ¡siempre listo! para injuriar, perseguir, encarcelar y exterminar a los militantes de otras provincias de la alegría, pero no sabe qué hacer con el que pasa de largo, indiferente a la alcahuetería de todas las cofradías…– con el desertor de mitos que no habla el lenguaje de los otros y de él…
Finalmente, resulta imprescindible destacar una evidencia psicológica: un espíritu enajenado a cualquier idea de redención colectiva tiene la sospecha indiscreta de que el reto es sobrevivir a la mayor catástrofe: uno mismo.
Fuente: Roberto Barbery Anaya.