LOS
CAMBAS
MONECHIS…
¿Que hora fue?
No lo sé, pero entre sueños escuché las voces, envueltas en el rumor de la hermosa lluvia que caía.
– «Hace años empezaron con la fiesta de Urkupiña, y en bollo pelechaban a Cochabamba cada quince de agosto»
-decía una voz de mujer y hasta creí que era Nora Panique.
Pero no.
No era ella.
– «Después fueron las alasitas y elay, había un ekeko encima de la heladera en cada venta.»
-escuché decir y era una voz rara.
Hasta pensé que era el loco Mendivil, pero luego recordé que Arturo ya no está pa’ esos trotes, aunque valor nunca le falta.
– «Es increíble lo monechi que resultaron estos cambas.»
-decía la mujer.
– «Pero no solo copiaron mañas collas, dijqué a nombre de integración nacional, porque hasta el original corso de carnaval cruceño de carretónes y carnavaleros a caballo lo cambiaron, y lo volvieron un mini carnaval de Río, y en la última época ya fue la tuti, porque hasta le plantaron sayas y caporales.»
-renegaba la mujer.
– Y por último, ¡ya aparecieron jueves de comadres y compadres!
Eso ya fue demasiado…
Me levanté despasingo y por si acaso, agarré el mano e’ Tacú.
Caminé hacia lo oscuro y las voces seguían.
– «… Ahora no le aflojan a la coca, y por ahí andan con los dientes verdes y el aliento fétido»
-escuché decir al niño raro.
– Estos dos están igual que el concejal masista, ese llako que nos hizo cotudos con el tema de los taxímetro y hasta ahora no rindió cuentas y encima hace criticas a nuestro carnaval.»
-pensé yo molesto, y entonces encendí la luz.
Ahí estaban.
Ella vestida de luto riguroso, con velo negro incluido y él con su enorme sombrero de saó que le ocultaba la cara.
Yo me quedé más frío que beso e’ marido y más mudo que Jhonny Fernández, cuando de reclamar a los masistas se trata.
– «Escribidor, escribí sobre los Cambas Monechis, esos que se dejan absorver por otras culturas olvidando, desconociendo, y hasta menospreciando las nuestras, escribí mañana sobre eso, sino en la noche volvemos y te llevamos con nosotros»
-dijo amenazante La Viudita, al tiempo que se subió el velo y apareció su horrible cara: Una calavera donde aún colgaban algunos pedazos de carne podrida.
Eso fue demasiado.
Como a las seis desperté en el suelo y con el mano e’ tacú en el pecho…
Y ahora…
Aquí estoy, escribiendo lo que me pidieron, no sea que en la noche vengan y me lleven y yo me pierda las casas de espera con peladas morocudas atendiendo…
Pucha, creo que ni eso ya queda.
En fin.
Después les cuento, me está llamando el Dr. Mantequilla…
Fuente: Párraga Jose – El ESCRIBIDOR