La caída del régimen de 50 años de los Assad en Siria demuestra una vez más que las tiranías no son eternas. “¿Es un imperio/esa luz que se apaga/o una luciérnaga?”, dice un haiku de Borges, palabras que vienen a la memoria ante la aparente facilidad con que se dio el derrumbe de esta sangrienta dictadura familiar, que no dudó en usar armas químicas en gran escala contra la población civil.
Siria era un socio extrarregional de la ALBA, la alianza impulsada por el chavismo para congregar a los regímenes autoritarios de izquierda de América Latina. Y aún más, el partido y la ideología “baasista” de los tiranos sirios fueron una inspiración relevante para Hugo Chávez, quien emuló la mezcla de “socialismo nacional” y panarabismo de esa corriente política, para pergeñar su “bolivarianismo”, con similares aspiraciones de expansión continental en la “Gran Colombia”.
De alguna manera, Assad era para Putin su “Maduro de Oriente Medio”, la principal satrapía del imperio ruso en esa región, por lo que su caída representa un duro golpe para el neozarismo, que no pudo ayudar a su satélite, debilitado como está ante el giro ofensivo dado por Ucrania con su incursión en Kursk, que le cambió el juego estratégico a la agresión del Kremlin en el Donbass.
En América Latina, debe importarnos que el imperialismo ruso sufra estos reveses, ya que Vladimir Putin se ha convertido en el guardaespaldas global de los dictadores, sin cuyo sostén varios de estos despotismos ya habrían sido derribados por rebeliones democráticas.
No hubo un solo general sirio que se jugara a una lucha a muerte en defensa de Assad, una señal que debe estar siendo leída detenidamente en Venezuela.
Es crucial, entonces, para la lucha democrática latinoamericana, que el imperio ruso siga debilitándose, por lo que es importante el incremento de la ayuda militar internacional a Ucrania. También sería deseable que, en las ecuaciones internas del próximo gobierno de Trump, tengan un mayor peso los partidarios de la clásica doctrina reaganiana y no los dudosos aislacionistas. La relativa autonomía con la que está actuando el Senado estadounidense para ratificar o filtrar los nombramientos hechos por el presidente electo, parece indicar que se iría en la primera dirección.
Para Bolivia, la conclusión a extraer de este contexto mundial es que el país debería equilibrar sus relaciones con China (que a mediano plazo también habrá que revisar) con una mayor sintonía con las democracias occidentales, en vez de seguir jugando a una política de “relaciones carnales” con el Kremlin que bien puede ser un callejón sin salida.
Fuente: Emilio Martínez – publico.bo