Preguntaba como nadie.
Tenía una mente privilegiada y una formación formidable.
Hizo de la irreverencia un estilo y de la inteligencia una forma de ser y de existir.
Lanata andaba armado, llevaba siempre consigo un arsenal de preguntas brillantes.
Preguntaba desde su construcción personal. Y se había construido con paciencia, constancia y hambre de saber y ser cada día más.
Lanata siempre entendió que la forma es también fondo.
Y que ser serio requiere humor.
Y que ser solemne no te vuelve serio.
Y que una palabra subida de tono no te quita jerarquía.
Y que muchas palabras subidas de tono repetidas de manera forzada no te vuelven más irreverente ni más valiente ni más brillante.
Lanata huía de los trajes aburridos.
Se vestía con el sello de la irreverencia de su alma. Amaba los colores, no militaba en los grises.
Fue amado y odiado.
Entendía que solo la mediocridad te mantiene sin enemigos. Y que hay enemigos obligados y necesarios. Pero que tampoco cualquiera califica para enemigo.
Lanata sabía que informar y aburrir eran incompatibles. No te aburría nunca, te informaba siempre, te alimentaba con datos, reflexiones y posiciones.
Lanata fue un genio.
Y siendo un genio se equivocó mucho.
Porque no le temía al fracaso, le temía a la cobardía que mantiene en tierra los sueños e impide el despegue.
Se fue un genio. Ha dejado escuela.
Gracias por tanto brillo, tanta jerarquía y tanta valentía.
Fuente: Pepe Pomacusi Periodista