Relatos de la aldea

🛖
¡ EL VEJETTE.. NOS REÍMOS HARTO ❗ 🤣

¡No les conté! El otro día me dijeron mi primer «¡viejo e mierd !»…Y medio que me lo gané.

Iba con mi hijo en el battlecat por una de las calles secundarias en la zona universitaria, había sólo un carril angostito para circular y un pelau con sus audífonos iba caminando justo por el medio, a uno por hora y sin enterarse de nada o cagándose en todo que pal caso es lo mismo.



Anduve un rato detrás suyo y nada. Le toqué un bp pero nada. Luego dos bp bp y nada. Respiré y tiré un bip. Nada. Un bip y un biiiiiiiiiip y por fin el camba se saca un audífono, mira pa atrás, resopla y comienza un lento, bovino reencauce, no hasta la acera válgame Dios, sólo lo justo para que el impertinente automovilista pase.

No me aguanté y al pasarlo le grité «subite puej a la acera, viejo!». Si hubiera en la juventú actual algo de respeto por los antiguos, la cosa hubiera muerto ahí.

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Pero el empoderado centennial, incapaz de entender que efectivamente caminar por la calzada con audífonos en una zona céntrica es algo estúpido, se largó a insultarme con un entusiasmo y haciendo uso de una especie de lunfardo violento del siglo 21 tan notables, que la verdad era el cierre perfecto para la anécdota.

Pero nones.

Nones, porque no contento con el despliegue verbórragico, éste joven Putin de la peatonalidad no tuvo mejor idea que pegarle un golpe al battlecat.

Ah, no.
Freno en seco (suena impresionante porque mis ruedingas de carretilla no tienen agarre) y abro la puerta.

No me bajé, obviamente: no tenía ninguna otra intención que fijarme si me lo había lastimau al bicho, pero claro, pareció que me disponía a desgraciarme con la joven sangre de éste desalmado golpeador así que de pronto y de abajo de las piedras aparecieron unos «vecinos», varios y muy enojados con trayectoria hacia mi cara.

El más grandote gritó más fuerte que los «qué ej puej qué ej carajo» de sus co-salvajes: «¡Fijate puej viejo e mierda!», porque claro, el tipo no había presenciado el incidente, él sólo había olido la sangre y asumió en mí a un conductor imprudente.

No sé que clase de instinto de supervivencia atrofiado que me gobierna me convenció de que lo que correspondía hacer en ese momento era explicar a gritos a los amables fisicultores que aleteaban acercándose que eran pelotudos porque estaban entendiendo todo mal y entonces me acorde de mi hijo en el battlecat y algún instinto no atrofiado se hizo cargo, haciéndome ver lo poco formativo que sería para el muchacho ver a su padre siendo molido a patadas por la vecindad del chavo en esteroides.
Así que puteando cerré la puerta, puteando seguí de largo y así salvamos mi trasero.

Unas cuadras más adelante cité a gritos: «¡Fijate puej viejo e mierda!» y mi hijo se meaba de la risa.
Nos reímos harto de mi primera vez.

Y claro, le hice notar que es nomás verdad que uno se pone gruñón con los años o cuando está pasando por etapas difíciles, porque por ejemplo si ésto mismo me hubiera pasado en un tiempo equis distinto, hubiera esperado nomás muerto de la risa que el bovino de los audífonos camine la cuadra entera delante mío sin usar la bocina ni putearlo.

Pero hay que pelearla. Yo prefiero ser el que era y la voy a pelear. Además cualquier rato me van a hueiquear por gruñón.

Fuente: Mauricio Porras Periodista