Participar de la misa en la catedral y después posar en familia con la majestuosidad de sus torres y sus luces es un remanso para el alma.
La catedral siempre le confiere al rito de la misa (el rito central de la fe) una solemnidad especial. Uno atraviesa el atrio, ingresa en el templo y el alma se predispone para un encuentro diferente.
Fuimos en familia a recordar un año de la partida inesperada de mi hermana Cuca.
Dentro de la enormidad de la catedral (su nombre formal ahora es basílica) la voz del sacerdote acariciaba el alma.
Prefiero siempre las homilías referidas a la cotidianidad, al amor de Dios, a la posibilidad de redimirnos, al milagro de la resurrección o a la misericordia, más que las dedicadas al poder o la política.
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Esa noche escuchamos un hermoso mensaje de redención, amor y esperanza.
Fuente: Pepe Pomacusi Periodista
