Intríngulis sobre lo que parece amistad y no lo es
Decían los antiguos que la amistad es un premio en sí misma por eso intentaré hablar sobre esa dichosa relación mucho más practicada que diseccionada. Muchas veces malentendida y confundida y en felices escasas ocasiones llevada a la perfección.
Desde siempre se decía en nuestra aldea primitiva de abarcas y sabañones “ese fulano es mi amigo”. Solo habíamos intercambiado un par de frases inconexas alguna vez y ya lo nombrábamos amigo. Así éramos, pobres e ingenuos. Y seguimos siendo cuando llamamos gloriosamente “pariente” al primer sujeto de camisa floreada que encontramos o “hermano” al comerciante de electrodomésticos por el simple hecho de haber sido un eslabón más en la cadena del teléfono cuando con el mandil en la cintura y en la cabeza un cucurucho hacían “la de costumbre” en “el lugar de siempre”. Que van a ser amistades aquellas: son meras relaciones de intercambio y para describirlas no hacen falta filósofos sino contadores.
Decía un amigo de las amistades circunstanciales como las que en esta aldea pampeana de vientos arenosos y sudores pegajosos abundan: “con esas amistades hay que avanzar con la brida en la mano, con prudencia y precaución” y a ese “amigo” “ámalo como si algun dia hubieras de odiarlo; odialo como si algun dia hubieras de amarlo”.
Nunca a partir de lo dicho habrá mejor conclusión que toda amistad es provisional, a confirmarse como eterna solamente en el lecho de muerte cuando en el catre de un hospital o en la situación final de aquel tolstoiano Ivan Ilich al repasar la película de la vida nos llevemos a la eternidad la escueta lista de los verdaderos amigos con la confirmación del “hasta la muerte”.
Y es así, nominamos a los archicófrades cómplices estultos de alguna puesta en escena de tabernáculo evocatorio de inventadas antigüedades, algunos apenas conocidos, como “hermano” y utilizamos solemnemente para otorgarle un estatus el horrible palabrón abundante en erres rimbombantes y estereofónicas; el impresentable término, sacado de algun diccionario de lo impresentable, el mote de “confraterno”.
Palabra que por sí sola ridiculiza un sentido de pertenencia a una agrupación cuyo gran objetivo es dar inclusión a sujetos de una sociedad urgida de “pertenecer” , de conferir al individuo el título de “alguien” en el pandemonium migratorio y en la importancia del quién llegó primero y a donde cayó cuando llegó.
“Confraterno” vaya término para sustituir al de amigo, pero en el fondo totalmente razonable. Porque también nos permite guardar distancia.
Finalmente no todos en tu agrupación son tus amigos y sería una traición a tus verdaderos amigos decirle amigo a aquel con el que simplemente tienes en común las firmas de un acta fundacional y la cuota mensual. Acaba nomás siendo útil el eufemismo para decorosamente llamar a quien no es tu amigo ni quieres que lo sea pero la frecuencia te obliga a tener una palabra a mano para nombrarlo. Finalmente los gloriosos inventores le acertaron.
La diferencia entre la amistad y la confraternidad no es sutil. Dicen los antiguos de las verdaderas amistades, aquellas trascendentales y especiales que “son escasas, pues cultivarlas exige tiempo y voluntad. Estos son los amigos que nos transforman, tanto como nosotros los transformamos a ellos”.
La amistad es irreverente, carece de protocolos y la condición imprescindible es el afecto profundo. La relación de confraterno es todo menos espontánea. Obedece a estatutos, ceremonias, elecciones, obligaciones de concurrencia y está expuesta a amonestaciones y sanciones. Todo un zafarrancho no apto para espíritus libres y anárquicos.
La amistad no necesita más que la reciprocidad del afecto, es más, puede ser que el afecto sea unilateral y contemos con un amigo insospechado aunque no nos consideramos amigos de aquel sujeto que nos aprecia.
La “confraternidad” como en este pueblo la entendemos no solo exige reciprocidad sino procedimiento, cumplimiento asistencias, y secuencias de devoluciones lo que necesariamente tiende al tedio, al aburrimiento, a la predictibilidad y al agotamiento.
Por eso el fomento a la amistad es individual, casi espiritual, casos se dan de amistades profundas y bien cimentadas que escasamente se encuentran y por otra parte se dan reuniones periódicas de colectivos que no son otra cosa que celebraciones o espectáculos de lucimientos donde que más que cultivar la amistad son plataformas para grandes performances, para la diversión y el entretenimiento.
Gran prueba de lo que digo cuando hago diferencia de las amistades con las archicofradias es que al amigo se lo extraña y escuchar sus palabras son un bálsamo o percibir sus silencios un ansiolítico.
Las archicofradias en sus reuniones llegan a ser escenarios bélicos cuando producen las incómodas interjecciones “¿de quien es el turno?” o “¿qué es la comida?” o, se observa la lista de confirmados para decidir o no la propia asistencia.
La verdadera amistad es fruto de la libertad de elección. Y a diferencia del matrimonio en el que se tiene la libertad de entrar pero no la plena libertad de salir en toda amistad hay una puerta de entrada y otra de salida.
La verdadera amistad no entraña intercambio, interés, reciprocidad, devoluciones, cálculo, expectativas ni comparaciones. La verdadera amistad tiene su objetivo en sí misma, en su propio cultivo.
Como corolario a este intento de ensayo que está convirtiéndose en involuntaria filipica y tomando como base las experiencias ajenas, de nuevos y antiguos y por supuesto las propias podría afirmar:
Que luego de la recomendada prudencia que nos debemos exigir al comenzar una amistad para tener la salvaguarda de no inflingirse heridas innecesarias si tuviésemos que terminarla cuando el “amigo” resultó no ser quien creíamos, esta exigirá en lo sucesivo y en su cuidadoso cultivo bondad, sabiduría y confianza.
Sabiendo que tenemos en el amigo quien nos diga lo que necesitamos oír y no tanto lo que queremos que nos diga es que la verdadera amistad nos hace mejores personas, es más, hay casos que solamente la amistad ha logrado convertir a los individuos en personas.
Nunca consideremos amigo a quien nos pida obrar en forma indigna. La complicidad impide la amistad. Son lazos de naturaleza distinta porque en el primer caso se llevan las cuentas de la reciprocidad y en el segundo nunca hay vicios del consentimiento ni reparos al afecto.
El amigo arriesga todo, pero nunca la dignidad del otro. Nada vale más que el honor del amigo. El amigo evita las situaciones incómodas, le evita el “no” al otro o el “sí” forzado, elude acorralar, impide que le supliquen, no se permite a sí mismo humillar ni ridiculizar.
Para concluir quiero decirles que la amistad puede ser unidireccional o bilateral. Jamás multilateral. Lo último son pertenencias, no amistades. Son comparsas no afectos profundos. O son organizaciones delictivas y no comunión de afectos. Son rejuntados no actos de amistad imperecedera.
La verdadera amistad trasciende siglos. Como la amistad de Roldan y Oliveros que se transformó en un cantar de heroísmo y entrega para la eterna memoria. Como la amistad que tengo con mis verdaderos amigos que cuento con los dedos de las manos porque las amistades verdaderas son tan plenas que colman todo espacio dejando muy poco vacío.
Como los mejores licores la amistad mejora con el paso del tiempo o el tiempo se encarga de borrar la ilusión picando el vino.
Los animo a cultivar la verdadera amistad. Esa que tolera y no juzga. Esa que aprecia y no pone precios. Esa que se desprende y no busca donde prenderse. Esa que se solaza en la paciencia, el humor, la inteligencia y el cariño.
Felices fiestas a todos mis amigos queridos!!