Porque lo épico es una luz individual, no una superstición colectiva.
Y también:
– Por su inabarcable viaje intelectual. Y por sus paréntesis de emoción.
– Por la generosidad para ser ante todo un autor que lee y relee.
– Por decir mucho en pocas palabras y, además, con musicalidad.
– Por la lealtad para ir y volver entre las delicadas fracturas de su alma.
– Porque su único dogmatismo fue no perder el don del asombro.
– Porque cada letra suya es una imprescindible fuga de los demás y, sobre todo, de sí mismo.
– Por el ingenio para vislumbrar los temas contemporáneos frecuentando los antiguos.
– Por la integridad para no transar con la demagogia, el oportunismo y las modas, aunque por eso no le den el Premio Nobel.
– Porque no hay noticia de una gesta sin un poeta que la cante.
– Por caminar la magia discreta de los atardeceres y el misterio de las noches sin tregua.
– Por no dejar de ser un niño deslumbrado en la biblioteca de su padre, sin olvidar que nadie baja dos veces al mismo río.
– Por la ironía, esa risa dolida…
– Por haber sido universal, sin dejar de caminar las calles de Buenos Aires.
– Por el valor filosófico de haber planteado y replanteado ideas fundamentales.
– Por el valor literario de aquel beso que no dio.
Fuente: Roberto Barbery Anaya.