La duda

En el cuento de Chejov, “El beso”, un joven militar vive en la ilusión de reencontrar a la mujer que una vez le dio un beso furtivo y desapareció sin huella. A veces piensa que el pequeño accidente musical nunca ocurrió, sin embargo, en definitiva, cree que su musa, evanescente, es para él un “destino”. Lleva mucho tiempo así, porque un siglo en la dimensión del tiempo, equivale a un segundo en la dimensión del alma… No encuentra paz en el vacío cotidiano de su uniforme, ni en las noches rodeadas de estrellas y pobladas de versos… Y no desperdicia la menor situación para buscarla, pero la noche en la que ella reaparece, deslumbrante, en el esplendor de un vals (que se ofrece en honor de su División), se queda en su cuarto, desmoralizado, escribiendo un poema…

El mayor prodigio de la literatura rusa es que no se agota en los dramas emocionales; se pierde en las incertidumbres filosóficas… Por eso yo presiento que la intención de Chejov, más allá de recrear la melancólica belleza de un episodio, es preguntarse si existe el “destino” o solo el azar…

En “El muro”, de Sartre, los que van a ser fusilados, ya no ven ningún “destino revolucionario”, sino la fuerza inabarcable del azar, que los reduce a “la nada”; igual que Roberto Jordán, el republicano de Hemingway, en “Por quién doblan las campanas” – ese sentimiento de ser “contingente”, de ser prescindible, de que pueda ser tan cabal en el universo que uno exista o que no, es lo que Sartre, precisamente, llama “La náusea”



Tal vez nos quede la última carta de Andrés Ibáñez. Aquella dirigida a Angélica Roca, en la que no tiene tiempo para la menor indiscreción política ni metafísica – tal vez solo seamos polvo, pero polvo enamorado, como dijo un poeta…

Fuente: Roberto Barbery Anaya.