Clarice, otra vez la guerra

Por Gabriela Ichaso

Lo primero que pensé cuando Vladimir Putin dio la orden de invadir Ucrania fue en mi amiga Clarice. La recordé, entre todas las imágenes que guardo de ella, acompañada de Ulises y sentada en el final de la costanera de Leme, su barrio carioca; libro en mano, arrullada por las olas del mar rompiendo contra el morro…

Tan ella misma ella, con una infancia feliz en Recife, al nordeste del Brasil brasileiro, una infancia de muchas carencias que vivió con la alegría de su imaginación y sus primeros textos de teatro y cuento. Ambas tuvimos la suerte de estudiar la primaria en la mejor escuela pública de nuestras ciudades; la mía distaba a varios miles de kilómetros al sur.



Cuando me tocó ingresar a la secundaria, en 1977, ella moría de cáncer de ovarios un día antes de sus 57 años.

En 1920, al nacer en la aldea de Tchetchelnik, en Ucrania, la llamaron Haya Pinkhasovna. Sus padres, de origen judío, tomaron a sus niñas y huyeron de la guerra civil rusa a la casa de la hermana de Mania, la mamá, que residía en Maceió, más al norte aún de Brasil. Pinkouss, el papá, vio conveniente que cambiaran sus nombres. Con solo dos meses de edad, desde entonces, fue Clarice Lispector.

Recibo presentando por la familia Lispector a su llegada de Ucrania a Brasil con el nombre de nacimiento de su hija.

La violencia de Estado y subterránea en mi ciudad de infancia también nos expulsó hacia otras tierras, al lugar de infancia y tradición de mi padre. Los desarraigados echamos raíces en Santa Cruz, los llanos orientales de la gobernación anterior a la República que el General Antonio José de Sucre llamó Bolivia, en honor del Libertador de la Gran Colombia.

Tenía 12 años, la edad de Clarice cuando se mudó con su familia a Rio de Janeiro.
Clarice y yo frecuentamos la biblioteca pública en nuestros barrios. A las dos nos cambió para siempre leer El lobo estepario, de Hermann Hesse, a los 13 años.

Ella, lo que no supo, es que debí resumirlo en alemán casi a los 17 años: Es war ein Steppenwolff, se me quedó grabado. Estudiamos inglés (ella francés, e idish que escuchaba en su casa; por alguna razón, sin haber permanecido más de dos semanas seguidas menos de media docena de veces en Brasil y Portugal, leo de corrido y me defiendo hablando portugués) y estudiamos después Derecho, con varias décadas de distancia.

Hoy supe que también estudio latín, aún sabiendo que iba quedando en desuso, una lengua madre que me anoté a estudiar desde mayo próximo.

Vivió de la escritura. A los 24 años publicó su primer romance, Cerca del corazón salvaje; con cuatro años más de edad, publiqué mi primer libro En tu amor, amor respiro y vivo. Fundimos la prosa y la poesía, la ficción -que no lo es, como no lo son los sueños, las meditaciones, las reflexiones- y la no ficción, no tenemos géneros, simplemente, escribimos.

El mismo año de su publicación, ella se casó y comenzó a viajar acompañando a su marido diplomático de carrera. En Italia, se sumó al grupo de enfermería de un hospital como voluntaria en plena Segunda Guerra Mundial. El mismo año de la publicación del mío, me casé y enrumbé en el servicio público.

Nos divorciamos. Ella con dos hijos, yo con cuatro. Ella siguió escribiendo y haciendo periodismo de opinión desde la columna del Correo Femenino en el periódico Correio da Manhà, de Rio de Janeiro. Mis columnas de opinión fueron un poco más allá de los consejos femeninos. Y ambas, sí, pasamos por la crónica y el periodismo.

Publicó 18 libros que abrieron senda en la literatura brasileña y universal e integró el Consejo Consultivo del Instituto Brasilero del Libro. Ganó el primer premio del X Concurso Nacional de Literatura de Brasilia.

Con O Misterio do Coelinho Pensante, un libro infantil que escribió ante el pedido de uno de sus hijos que escribiera para él, ganó el Premio Calunga, promotor de una campaña nacional de la infancia. Obtuve el primer premio de la Sociedad Española 12 de Octubre por mi cuento Los ojos de las estrellas.

Ella junto a Ulises en los años 70.
Era considerada una persona difícil. Sus entrevistas la muestran como una persona con una vida interior enorme, poco apegada a las convenciones de los demás y de la época, a la opinión de otros o la agenda de otros.

Si, no responder a modelos mentales o a las expectativas de los demás, te cataloga como persona difícil en el muestrario social.
Cuanto más la leí y la conocí, mi sentido de amistad se acrecentó con el aprecio, la admiración y el respeto que le tengo.

Patricia, una de las tías de mi hijo mayor, casualmente nordestina y de quien volví a saber hace unos pocos años después de casi tres décadas de haber perdido contacto, me decía que le recordaba a Clarice…

Como cada persona, los pueblos tienen historias.

Há tres coisas para as quais nasci e para as quais eu dou minha vida. Nasci para amar os outros, nasci para escrever e nasci para criar meur filos. O “amar os outros” é tao vato que incui até perdao para mim mesma, com o que sobra. Clarice Lispector.

Ha pasado un siglo y dos años del día que nació mi amiga, la hija de los Lispector, que debieron huir de Ucrania perseguidos por ser judíos y por la guerra.

Ella no llegó a conocer el siglo XXI, el que la esperanza de dejar atrás los horrores de los genocidios, las pestes, las bombas atómicas, miraba como el futuro promisorio de la humanidad.

A veces pienso si esa imposibilidad de conciliar el sueño que casi le costó la vida el día que, luego de tomar su pastilla nocturna para inducirlo, porque quedó dormida con el cigarrillo encendido en la mano y casi la perdió al incendiarse su colchón, estaría poblada de horrores de la guerra, de las miserias humanas, de haber conocido en los salones diplomáticos las esquinas impiadosas del poder.

Tal vez logramos vivir de la escritura, porque gracias a ella vivimos y lo que me salva hasta ahora es que duermo como bendita cada noche apenas apoyo la cabeza en la almohada, pero será -tal vez- que he dedicado gran parte de mi vida a darle mi vida a las palabras más ajustadas a los derechos, a la política y a la justicia. Ojalá algún día, como ella, me baste la literatura.

Fuente: Detrás de la Verdad