Muchos cuestionan la vigencia de la monarquía en pleno siglo XXI, pero constantemente se olvida que ningún rey o reina ha sido capaz de cometer las barbaridades que han perpetrado líderes democráticos, presidentes elegidos por el voto popular, fervientes defensores de la democracia y promotores de los derechos de los más humildes, como sucedió en Europa en el siglo XX y como sigue ocurriendo en estos días.
También olvidamos que la mayor parte de la historia de la humanidad ha estado signada por monarquías, sin embargo, no ha habido una etapa más violenta, más plagada de atrocidades, genocidios y matanzas que durante el auge del modelo republicano y la incursión de regímenes políticos como el socialismo, supuestamente surgido del pueblo y destinado a imponer justicia y equidad en el mundo, pero que a la postre, se convirtió en el sistema más asesino de todos los tiempos.
Denostamos la monarquía, pero no ha habido otra etapa en la que se hubieran dado tantos avances científicos, tanto aporte al conocimiento, las artes, la política y la economía, como durante el auge de los reyes que impulsaron el renacimiento, la ilustración y otros movimientos culturales que nacieron en los palacios y fueron impulsados por familias reales. Fue precisamente la realeza británica la que le dio el gran espaldarazo político e ideológico a la revolución industrial, el fenómeno que transformó el mundo, sacó de la pobreza a más de la mitad de la población del planeta e introdujo la modernidad en todos los campos de la vida.
Ha habido reyes sanguinarios desde que empezó a escribir la historia, sin duda alguna, pero jamás la monarquía albergó a monstruos como Hitler, Mussolini, Pol Pot, Idi Amin, Stalin, Mao Zedong y tantos otros que enarbolaron la soberanía del pueblo, los gobiernos populares y los regímenes participativos e inclusivos.
En Europa, los países más estables, los que tienen mejores niveles de vida, los más pacíficos y también los más libres y democráticos, son los que están al mando de monarquías, mientras que las naciones republicanas todavía transitan por la cornisa de la involución y el autoritarismo.
No cabe duda que, especialmente los europeos, van a extrañar mucho a la Reina Isabel II, la mujer que más ha hecho en los últimos 70 por la monarquía, por su país y por la paz mundial. Su legado es un ejemplo de ética, de entrega y devoción por la cosa pública, valores muy escasos en los líderes “democráticos”, sea del color o la tendencia que fueran.
Lamentablemente, los sucesos que ocurren todos los días en este mundo convulsionado por las guerras, las amenazas ambientales, los riesgos de hambre y desabastecimiento, no hacen más que cuestionar los modelos de estado, las formas de gobierno y los sistemas políticos que dominan la vida pública desde hace 200 años, mientras que la vieja monarquía nos sigue dando grandes ejemplos de dignidad y progreso, como sucede con Inglaterra y la gran monarca que nos acaba de dejar. ppDrtv
Fuente: Eduardo Bowles