Cada vida tiene su noción discreta de heroísmo. La mía es tan indolente, que se reduce a escuchar “Eyes without a face”, desde el verano de 1983, hasta el atardecer de hoy, con emoción invencible…
El fenómeno sin rubor es tan desproporcionado – lo sé –, que ahora me persigue hasta para ilustrar una misteriosa idea de Borges:
“Qué importa el tiempo sucesivo si en él/hubo una plenitud, un éxtasis, una tarde.”
¿Cuál fue “la tarde” que pulveriza mi tiempo sucesivo?
La del último domingo, en Lima. Cuando vi (y escuché) cantar a Billy Idol en el estupor de un momento absoluto – “caído del tiempo”
Quizá fue mi hora más alta, por aquello que también dice Borges:
“Nadie es la sal de la tierra, nadie, en algún momento de su vida, no lo es.”
Fuimos la sal de la tierra, Vanessa.
Fuente: Roberto Barbery Anaya.