Todos esperaban el avión con ansiedad, aunque estuvieran ilesos. Los heridos tenían que ser evacuados. El rescoldo de misericordia que aún les quedaba era para los Camaradas.
La frecuencia de los aviones a fines de noviembre disminuyó considerablemente, mientras el invierno fue superando temperaturas de treinta bajo cero. Desde diciembre, eran pocos los aviones que conseguían vencer el Cerco. Sin reabastecimiento, no tenían alimentos, ni medicinas, ni combustible. Las municiones ya no eran tan importantes. Se fueron convirtiendo en un Ejército de Hambrientos, que andrajoso, minusválido y enfermo, tiritaba en los sótanos de la ciudad que había conquistado, sin esperanza de recibir el tiro de gracia. El enemigo había definido que ni siquiera merecían una bala. Estaban condenados a la nieve o a la inanición.
Pero el rescoldo de misericordia que aún les quedaba, se apagó cuando tuvieron certeza de que la cúpula del Régimen prefería creer que habían muerto; que los más de noventa mil sobrevivientes habían muerto – sin dejar de informar, puntualmente, sobre los éxitos cotidianos de aquel Ejército, invencible…
El 23 de enero perdieron el control del último aeropuerto que les quedaba.
Poco antes llegó el avión. Entraban 19 personas.
Fuente: Roberto Barbery Anaya.