Fue insensato. Aún más allá de ser absurdo. Permanecer esperando no sé qué, cuando era inequívoco que los aviones de abastecimiento no podrían romper el Cerco, fue condenar al Ejército a morir de hambre o a morir de frío. Por lo demás, hacía casi dos meses que era evidente para todo el mundo (literalmente), que habían dejado de ser los conquistadores de la ciudad que tenía el nombre del enemigo, para convertirse en sus prisioneros. Sin embargo, la Orden recurrente era no abandonar un Trofeo que empezaba a simbolizar el principio del Fin…
Pero entonces comprendió algo. En realidad comprendió, por primera vez: el Régimen que representaba (y que acababa de ascenderlo a Mariscal de Campo, invitándolo melancólicamente al suicidio) se basaba en la Obediencia. Y se atrevió: se atrevió a preguntar (se), por primera vez, qué sentido tenía la carnicería humana que, por primera vez, lo amenazaba…
El Tiempo, hecho de memoria y olvido, no sabe si estas cosas ocurrieron o si son las ruinas de un sueño.
Fuente: Roberto Barbery Anaya.