En Bolivia el año redondo hay paros y bloqueos, algunos promovidos por el propio gobierno. Si se suman las pérdidas ocasionadas por todas esas medidas de protesta seguramente suman mucho más que el perjuicio que le atribuye el régimen a la paralización de actividades en Santa Cruz. Entonces ¿por qué molesta tanto que los cruceños dejen de trabajar, interrumpan el tráfico en las calles y carreteras y cierren por unos días sus negocios?
La primera razón es económica. El 80 por ciento de las actividades en Bolivia son informales, no pagan impuestos y el estado no recibe nada de ellas. El grueso de las recaudaciones impositivas provienen de las empresas formales, la mayoría de las cuales están en Santa Cruz, así que, cada día sin actividad son decenas de millones de dólares que no ingresan a las arcas públicas. En las actuales condiciones, con un gobierno llegando a límites insostenibles en cuanto a déficit fiscal, un paro resulta lapidario.
Para colmo, el gobierno gasta millonadas en movilizar gente y recursos para contrarrestar el paro, lesionando aún más las frágiles finanzas públicas. Pero no les queda otra salida, esas masas y la inmensa maquinaria burocrática cobran sueldo y perduran gracias a Santa Cruz. Ni el gas, la minería y muchos menos, las marraquetas de las que tanto se enorgullecen, son capaces de sostener el incapaz e inservible estado boliviano.
Por otro lado, Santa Cruz es el mayor productor de alimentos del país. Abastece alrededor del 70 por ciento de las necesidades nacionales. Salvo algunos casos muy puntuales, la agricultura y la ganadería de los valles y altiplano es de supervivencia, pues la iniciativa privada en esas regiones no prospera por culpa de las mafias sindicales y de las organizaciones sociales que defienden estúpidas “tradiciones ancestrales”. El occidente del país es la mejor expresión del fracaso del estado boliviano, que ni siquiera ha sido capaz de impulsar un mínimo un asunto tan básico como la comida. En ese sentido, el paro pone de manifiesto el gran abismo que existe entre un país dominado por la política, esclavo de las élites andinocentristas y la nación libre que todavía pervive en Santa Cruz y que sus habitantes defienden a fuego y sangre.
La política depende de la economía. La militancia que tiene el centralismo es muy costosa. Cuesta mantener esa masa crítica que defiende el clientelismo, el “peguismo” y el prebendalismo que usa la política tradicional para subsistir y perdurar. Además, han sido tan irresponsables, que en plena época de bonanza se dedicaron a despilfarrar la plata, se olvidaron hasta de sus propios fieles y ahora les ofrecen que se vuelvan narcos y asesinos, la única oferta que le queda al régimen.
El último componente es el demográfico. El progreso de las naciones depende del crecimiento poblacional y en eso Santa Cruz es imparable. Todos quieren o planean venirse a los llanos a aportar su inteligencia, su capital y su trabajo. Eso no se va a frenar ni esconder ni con uno ni con dos censos, tampoco se va a postergar la galopante pérdida de poder de los centralistas. ppDrtv
Fuente: Eduardo Bowles