DON CARLITOS… ¿Has ido pal barrio? -me preguntó, mientras yo lo miraba sin querer ace…

DON
CARLITOS…

¿Has ido pal barrio?
-me preguntó, mientras yo lo miraba sin querer aceptar el hecho.
Ochenta y seis…
Y mientras hablábamos de algo, vi muchas imágenes, como en una película acelerada.
Lo vi muy joven, en una época donde se alzaba una puerta por encima de sus hombros y me decía:
– ¡Mirá hijo, soy Sansón!
Y yo con mis cuatro o cinco años creía que era cierto, al verlo tan fuerte y sin camisa.
Ochenta y seis años…
– ¿Y tu madre como está?
-me pregunta, olvidando qué ya mamá se fue de viaje.
Lo miro y me veo también como padre, y recién entiendo cuanto le debo.
Una vez le pregunté porqué me puso el nombre que llevo y él me dijo que de niño escuchaba hablar de un tal Adolfo, en el viejo Porongo.
Claro, era mil novecientos cuarenta y seis y sí, el mundo entero hablaba de un tal Adolfo.
Compañero de escuela del Chuto Salvatierra, Papá solo estudió hasta cuarto de primaria.
No es mucho, pero lo suficiente para enseñarme:
– Nunca hay que tocar lo ajeno hijo.
– Siempre hay que saludar donde uno llega.
– Comer y no trabajar, en algo malo llega a parar…
-siempre han sido sus dichos.
Lo miro y me acuerdo la tarde que me moría desangrado con una hemorragia nasal.
Él llegó del trabajo en la carpintería, y me alzó, llevándome así a las ocho de la noche, desde la Ana Barba hasta el hospital de niños.
Ochenta y seis años…
Johichi hasta la pared del frente.
Mamá siempre decía que era un pícaro y coqueto.
Ahora tiene ochenta y seis y le cuesta moverse, por eso llama «mi amigo» al bastón donde se apoya.
Pero claro…
Recuerda a sus amigos: Paye González, Chichi Loco, Ciro Aguilera, Reyes Méndez, Percy Ardaya, Nico Mendoza, José Perico, don Fisher, los Padilla, Rogelio Carrasco, Ignacio Cossio, Sixto Pessoa, Leoncio Vélez, don Luna y los juntes donde el «peruano» Genaro Delgadillo.
Todos de la Ana Barba.
– Pucha hijo, ya no me dan trabajo.
-se queja de pronto y sin que venga a cuento me dice.
– ¿Lo has visto a Jorge Arias?
– Sí papi, me ayudó mucho con El Príncipe Feo.
-le digo sorprendido.
– Son trabajadores esos muchachos, los Arias, su padre guardaba el colectivo amarillo de la línea cuatro en la casa, ¿te acordás hijo?
-dice, y me vuelve a sorprender.
Y al rato…
Ya anochece y debo pedalear de vuelta hacia mi choza y son casi veinte kilómetros.
Quisiera llevarlo, pero ya sé que él no quiere vivir conmigo porque ya tiene otra vida, desde hace más de cuarenta años.
Lo abrazo y lo beso.
– Feliz cumpleaños Papi.
-puedo decir a duras penas mientras me despido.
Y él solo me responde al oído:
– Ando medio topón hijo, otro día te doy unos quintos…
Pedaleo de vuelta a la choza y lamento no verlo con mamá, luciendo su guayabera amarilla, limpia y recién planchada.
¿A todo hijo le le duele ver a su padre, tan anciano y vulnerable?
Quisiera creer que no soy el único…

El ESCRIBIDOR.



Fuente: Párraga Jose – El ESCRIBIDOR