Desertores

(Cioran)

Nació en una aldea perdida de la misericordia, que no olvidó nunca, porque dijo que era lo más cercano que vio al Paraíso. Luego cuenta que conoció literalmente el Infierno, del que ya no saldría nunca, cuando tuvo que ingresar a la escuela…

Buscó ser una especie de expatriado de la Historia, y lo consiguió, no sin tropezarse antes en los nacionalismos, que siempre acusan de fascistas a los nacionalismos, con toda razón…



Buscó ser una especie de «caído del tiempo», y lo consiguió, no sin tropezarse en forma recurrente con la necesidad de almorzar gratis en el comedor universitario, hasta que le suspendieron la matrícula, cuando cumplió cuarenta años…

Primero escribió en rumano y luego en francés. Sufrió la perfección de sus textos porque dijo que no se habita una patria, se habita un lenguaje, y que ese peregrinar tiene por compañía la soledad, que no nos enseña a estar solos, sino a comprender que somos únicos – “Cada uno vive con absoluta intensidad su nulidad y su mérito”

Temía a todos los creyentes, ya sean de utopías celestiales o de paraísos terrenales – decía que también el diablo retrocedía espantado frente a aquel que se agita a nombre de una Verdad, “Su” Verdad.

No tenía fe en nada, salvo en Bach. Hoy, inclusive tiene creyentes, y en varias lenguas…

(Kafka)

Fue un heraldo negro de la burocracia, tan asombrosamente revolucionaria; una suerte de oráculo de las incontinencias de los Estados, tan exageradamente justos en su piedad social; no vio diferencias entre un cadáver y un expediente…

Sus obras nos hablan de la perplejidad del individuo en medio de ese orden corporativo, que tiene cuidadosamente reglamentada la angustia… Su desazón existencial es tan elocuente que llega a transmitirnos un sentimiento inabarcable de confusión y horror, al extremo de que es necesario prestarnos su nombre para definirlo (¡Kafkiano!)

Es, por cierto, uno de los pocos escritores que se ha convertido en un concepto, ambiguo, pero concepto al fin… Su conciencia de la maquinaria urdida y por urdir no lo dejó vivir en paz…

Hoy, en el misterio singular de sus ojos profundos, creo ver los míos y los de muchos otros, aunque permanezcan en silencio – “Mi gente, si acaso existe…”

(Onetti)

Ajustó cuentas con cada tristeza sugiriendo una carcajada insignificante en la sorda indolencia del universo. Llegó hasta lo inconfesable del alma, expatriado de las ilusiones colectivas. Finalmente, descansó en alguna tregua, sólo para comprender que la paz definitiva se encuentra en el silencio de la nada…

Luego de ser internado en un hospital psiquiátrico por la dictadura sudamericana de ocasión, se quedó definitivamente recostado en Madrid, rehusando levantarse de la cama – aunque sin dejar nunca de añorar su rambla, que va desde la banda oriental del Río de la Plata hasta perderse en los confines del océano…

Fue aquél que dijo: “La literatura jamás debe ser “comprometida”. Simplemente debe ser buena literatura. La mía sólo está comprometida conmigo mismo. Que no me guste que exista la pobreza es un problema aparte.”

(Pessoa)

Era tan indiferente que se negó a existir. Por eso escribió su obra a través de heterónimos que terminaron convirtiéndolo a él en uno más. Cada heterónimo tiene su propia personalidad, evitándose la fatiga de crear siguiendo una continuidad sistemática, extremo que lo horrorizaba…

En el “Libro del desasosiego”, previene que si al lector le parece que en su libro no dice nada, es porque no tiene nada para decir. En esa perspectiva, en “Máscaras y paradojas”, celebra sin entusiasmo su falta de militancia en alguna fe: “Nada me ata, a nada estoy ligado, a nada pertenezco. / Todas las sensaciones se apoderan de mí y todas me abandonan. / Soy más variado que una multitud accidental, / Soy más diverso que el universo espontáneo, / Todas las épocas me pertenecen un momento, / Todas las almas por un momento tuvieron sitio en mí.”

Su hastío era, paradójicamente, del tamaño de su curiosidad. Le repugnaban los ocultistas, pero llegó inclusive a corregir las acrobacias misteriosas de Aleister Crowley. Evitó también sin mayores concesiones a los que presumen tener una gracia tan particular que se atreven a hablar a diario a nombre de un Dios, claro…

Para él había una distancia insuperable entre concebir algo y hacerlo. Pensaba que era maravilloso haber estado en un naufragio o en una guerra pero que era terrible haber tenido que estar allí para estar allí…

Es todo lo contrario de García Márquez, sin duda, para regocijo de quienes no son beatos de los autores que escriben largo y dicen poco – mejor «nada», sí…


Fuente: Roberto Barbery Anaya.