DOÑA SIMONA… – ¿Tiene lengua? -le pregunté una mañana que andaba más hambre que paco en…

DOÑA
SIMONA…

– ¿Tiene lengua?
-le pregunté una mañana que andaba más hambre que paco en año nuevo.
– ¿Tengo pues, no ves como hablo?
-me contestó doña Simona con cara e pícara.
Ella es así.
Siempre tiene algo de que reír y hacer reír a quienes llegamos a comer su comida.
Majau batido y sopa e quinua bien espesa, con un hueso carnudo que es una mantequilla de blandito por lo bien que está cocido.
Capisima y valiente doña Simona.
En las noches hace cena y muy de mañana ya está en el mercado, haciendo las compras para el menú del día.
– Aprendí a cocinar a mis catorce años, de mi madre aprendí.
-responde orgullosa cuando alguien le pregunta por su rica comida.
Ahora tiene cincuenta y cuatro años y jamás le falta la plata, y todo porque ella se la gana dignamente.
Mientras disfruto su comida, pienso en cierta personita que hacía lo mismo.
Yo sé lo cansador que resulta.
Doña Simona cocina desde las seis y a las diez llena su carretilla con cubiertos, ollas con comida, platos, mesas y sillas.
En un envase distinto pone el ají, luego, carretilla y todo camina algunas cuadras, para finalmente llegar a la esquina donde vende.
Haya sol o haya lluvia, doña Simona está en su sitio, porque las necesidades no esperan.
Así crió a dos hijos.
Sola, sin necesidad del hombre que alguna vez tuvo de esposo.
Así los mandó a la escuela y ahora ya casi finalizan la universidad.
Uno de sus hijos será ingeniero, la otra será contadora y ellos trabajaran sentados en alguna oficina.
La miro mientras me deleitó con su comida, mi mente vuela a muchos mediodías de almuerzo y noches de rapi al jugo.
A esas noches, donde cierto chico con sueños de periodista o escritor, escribía en la pizarra «Se vende cena», y le aumentaba el menú y la bellacada que ya los comensales conocían.
Menú:
Rapi al jugo.
Ají de lengua.
Hoy:
Actuación especial de Leo Dan.
¡Que camba payaso!
Miro a doña Simona y no puedo evitar pensar en doña Celi, la señora que vendía comida en la Ana Barba, la madre de cierto periodista y escritor, un chico que en esa época tenía que lavar los platos usados, si es que quería ir a entrenar con el profe Orlando Suárez, en la cancha B del viejo Willy Bendeck…
Gracias doña Simona, doce pesos es poco para lo que significa su esfuerzo.
Gracias doña Celi, por enseñarme el valor del trabajo y el éxito posterior que representa…

El ESCRIBIDOR.




Fuente: Párraga Jose – El ESCRIBIDOR