Murió buscando el hilo de Ariadna, en un asilo para dementes. Su reputación fue manipulada por el nazismo, en la primera mitad del siglo veinte. Se lo estigmatizó como “El Anticristo”, en la segunda mitad del siglo veinte. Con inspiración anacrónica, se proclamó que su dolor de cabeza era resultado de una sífilis, hasta que un amigo leal tuvo que contarle al mundo entero que en aquella visita juvenil a un burdel, se retiró a tocar piano en una esquina, diciendo para sí mismo: “Estoy haciendo el amor con el único ser que tiene alma en este lugar”. En su vida siempre amó, pero nunca fue amado, y hubiera renunciado a seguir pensando por una sonrisa de Lou von Salomé, porque sólo creía que “todo lo que se hace por amor está más allá del bien y del mal”. Dejó este mundo reivindicando con orgullo su condición “apátrida”, luego de renunciar a su nacionalidad de origen y de no terminar nunca el trámite para obtener otra…
Según los entendidos, «es el pensador más estudiado en la Historia de la Filosofía», aunque su cronología todavía es reciente…
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(El camino para volver a ser niño)
El camello lleva una joroba que simboliza el peso de la moral colectiva. Camina inclinado por el servilismo de su espíritu de número. No tiene más referente que los modelos gregarios. Y en su nulo sentido crítico se fundan todos los prejuicios convencionales…
El león lleva unas garras que simbolizan su incapacidad para consentir la impostura corporativa. Camina con la altivez singular que sólo otorga la diferencia, impenitente en su tarea sacrílega, ajeno a los murmullos anónimos de las dignidades plurales. Él es la medida de sí mismo. Y a su paso caen vociferando los ídolos…
El león evoca la libertad. Rompe las cadenas de la alienación organizada. En su irreverencia generosa caen fulminados los dioses del Oscurantismo y los dioses del Iluminismo. Los muestra en su hábitat natural, devaluados a la condición de señas para marcar el paso del rebaño…
Pero el león no es el último peldaño en el viaje de Zaratustra. Su vocación libertaria guarda una trágica afinidad con el camello: al actuar por reacción, también tiene una referencia… Singular, es cierto, pero referencia al fin. Y el león sabe que toda referencia le quita libertad a los actos. Enajena la ingenuidad de los momentos, sacrificándolos en honor de alienaciones disfrazadas de “redenciones”… Por eso anuncia que vencido el camello, resta vencer al mismísimo león – “Yo soy el hombre que debe morir”, repite Nietzsche en sus paseos solitarios por Sils-Maria…
Hay que caerse del Tiempo para ser libre… No tener conciencia Histórica, ni siquiera autobiográfica. Precipitarse en la inocencia de los instantes. Remontar incluso la reacción al proyecto gregario y…olvidarse…
Los ángeles no tienen reloj. Duendes risueños sin ayer ni mañana, no guardan el menor recuerdo del “pecado” y por eso no saben los que es “el bien”…
La única santidad que puede concebirse es la que otorga el olvido. El olvido que sólo tienen los niños y que le resta alcanzar al león. Por eso, el último peldaño de Zaratustra resuena melancólicamente en la voz de Nietzsche: “La madurez del hombre es volver a encontrar la seriedad con que jugaba cuando era niño.”
Fuente: Roberto Barbery Anaya.