“Según mis fuentes, no habrá otra Guerra Fría entre USA y China. Xi fue a decirle a Biden que Rusia tira la toalla en Ucrania a cambio de internacionalizar el mar en torno a la península de Crimea”. De esta forma, el ensayista Carlos Alberto Montaner deslizaba días atrás desde una columna (“Nixon en China”) un posible dato, que de alguna manera se vio confirmado en jornadas posteriores, con la conversación entre Xi Jinping y Volodimir Zelensky.
Esta llamada derivó en un anuncio de mayores vínculos diplomáticos entre China y Ucrania (Kiev nombraría un embajador y Pekín un representante especial). Es sintomático que todo esto tuviera lugar en torno a las mismas fechas en las que Joe Biden confirmó su intención de competir por la reelección el año que viene.
Lo que podría estar detrás es el objetivo de China de impedir un regreso de Donald Trump al poder, que puede significar una nueva guerra comercial. Para bloquear esa eventualidad, Biden tendría que exhibir cierto éxito respecto a Ucrania, algo que Pekín podría estar dispuesto a mediar. No inmediatamente, teniendo en cuenta que todavía falta bastante para las elecciones estadounidenses y que a China le conviene mantener a Washington distraído en el este de Europa, pero sí a su debido tiempo.
Tampoco es esperable que China sacrifique demasiado a su alfil ruso, por lo que se buscaría cierta forma de empate agridulce, lo suficientemente presentable para hacer viable una reproducción del Partido Demócrata en la Casa Blanca. La preservación del status quo en Crimea, con algún blindaje en la cuestión marítima, como apuntaba Montaner, puede combinarse con una versión mejorada de los Acuerdos de Minsk para el Donbass, quizás elevando esa región a la categoría de una república autónoma dentro del Estado ucraniano.
En definitiva, Xi estaría jugando a convertirse en el Gran Elector en los comicios de Estados Unidos del 2024. Ya lo viene siendo en otras partes del planeta, como en América Latina, donde se jugó a fondo para lograr el retorno de Lula da Silva al gobierno de Brasil. No le fue tan bien en Paraguay, uno de los pocos países en el continente que mantiene lazos firmes con Taiwán, junto con Guatemala, que también tendrá elecciones muy pronto.
Más allá del rol puntual que pueda jugar Pekín en torno a Ucrania, y de simpatías o antipatías respecto a las pre-candidaturas estadounidenses, la cuestión de fondo es que Occidente y las democracias deberán pasar a la ofensiva política tarde o temprano, planteándose el objetivo de que China y Rusia dejen de ser despotismos en las próximas décadas. Hoy suena utópico, como sonaba improbable a comienzos de los ’80 el derrumbe de la Unión Soviética.
Fuente: Emilio Martínez – publico.bo