El
CAPITÁN
Y EL
CARNICERO…
El carnicero miró al soldado qué tenía delante suyo y escupió con asco.
No podía creerlo.
Horas antes, había sido herido en la pierna por un sargento desconocido e insignificante para él.
Ese sargento lo había tomado cautivo.
¿Cómo era posible?
Y ahora, estaba frente al Capitán.
El Carnicero de la Cabaña no podía digerir, no aceptaba que el atlético hombre que tenia enfrente suyo lo había capturado.
Era mil novecientos sesenta y siete…
El mundo cambiaba y el recuerdo del año nuevo del cincuenta y nueve en Cuba, parecía algo muy lejano.
¿Cómo pudo equivocarse?
El Carnicero de la Cabaña pensó que sería fácil.
Y ahí estaban las consecuencias.
Con la barba crecida, el cabello largo, sucio, y con la asombrada mirada de quien se sabe vencido y no lo acepta.
¿Cómo era posible?
Pensó el Carnicero, observando las armas qué le apuntaban.
Y entonces sucedió…
El Carnicero asesino de la Cabaña, recordó todas las ejecuciones qué de manera personal él había realizado.
Fue entonces que supo con claridad meridiana, que él también sería ejecutado.
Y entonces las vio…
Como en una película, evocó las miradas tristes y resignadas de sus cientos de víctimas.
El método era escalofriante en su simpleza:
Un último deseo que jamás cumplía y un tiro en la nuca, rápido y efectivo.
Listo.
Un enemigo de la revolución menos.
Y claro…
El Carnicero no podía ocultar, le costaba disimular el enorme placer qué eso le causaba.
Pero ahora estaba ahí.
Molesto, con un odio insano en contra de sus supuestos aliados.
Él ya sabía, el Carnicero sabía que los comunistas bolivianos eran unos inútiles, unos simples guerrilleros de escritorio.
Si hubiera podido, él mismo los hubiera fusilado a todos.
Pero ya era tarde.
El joven militar qué tenía enfrente lo observaba con las manos en la cintura.
Luego, el Capitán se acercó lentamente para quitarle el rolex qué él Carnicero lucía.
El joven militar tenía apenas veintiocho años y desde los quince ya hacía vida militar, pero eso era algo que el Carnicero no sabía.
Y así fue…
El Carnicero de la Cabaña lo observó todo.
No podía creer que había sido derrotado por soldados con poca instrucción, y con armamentos usados treinta y cinco años antes, en la llamada Guerra del Chaco.
¡Ellos usaban armas automáticas, modernas para esa época, estaban entrenados en guerrillas!
Y habían sido derrotados.
El Capitán miro la pierna sangrante del Carnicero, el mismo a quien su camarada, el sargento Bernardino Huanca había atrapado en la Quebrada del Yuro.
Y bueno…
Eso fue hace mucho.
El Carnicero de la Cabaña fue ejecutado en ese tiempo, octubre del sesenta y siete.
El Capitán que lo atrapó se convirtió en un intelectual respetado en los años que vinieron.
Pero ahora…
El Capitán de ese entonces emprendió el viaje sin retorno.
Sí, hoy se marchó para siempre el General Gary Prado Salmón, el hombre que atrapó en su momento al Carnicero asesino de la Cabaña, también conocido como el Che Guevara.
Gracias General, gracias a nombre de los soldados asesinados por los invasores, gracias a nombre del boliviano de bien de esa época y de siempre.
Buen viaje a la eternidad.
¡Misión cumplida General!
El ESCRIBIDOR.
Fuente: Párraga Jose – El ESCRIBIDOR