“Luego de abrazar sin consuelo a un caballo, que era azotado por el apuro de la Historia, Nietzsche fue llevado de una calle en Turín a una clínica en Basilea. Su ironía final recibió también otra cortesía: el viaje fue en un vagón de tercera clase”.
Con ese tono paradójico, José María Barbieri, resumió el último episodio de lucidez en Nietzsche.
Yo no alcancé a entender el desencuentro con la carrera del caballo. Pero me inquietó el vagón de tercera clase…
Comparto nuestro diálogo.
(Yo) ¿Por qué destaca la noticia incómoda del vagón?
(José María) No es incómoda. Simplemente es. Refleja la indiferencia de la fortuna con lo que le ocurre a un hombre…
(Yo) ¿La lucidez o la locura de Nietzsche resultan indiferentes para la fortuna?
(José María) Esa duda me recuerda una conclusión de Malraux: “El mayor misterio no es que hayamos sido arrojados al azar entre la profusión de la materia y los astros. Es que en esta prisión extraigamos de nosotros mismos imágenes bastante poderosas para negar nuestra nada”.
(Yo) Entonces, es así en todos los casos…
(José María) Mire, no es improbable que inclusive Trotski haya comprendido la indiferencia del azar: dice que una noche de frío descuidó un manuscrito importante que había terminado de escribir, y el ama de llaves lo echó al fuego de la chimenea – “Ciego a las culpas, el destino puede ser despiadado con las mínimas distracciones”, diría Borges…
(Yo) ¿Y qué nos queda?
(José María) Quitarle gravedad a nuestro lugar en el zoológico de la Creación.
(Yo) No entiendo…
(José María) Bueno, entonces lo diré con palabras de Cioran: “La ironía es un ejercicio que revela la falta de seriedad de la existencia. El yo convierte el mundo en nada, pues la ironía sólo proporciona sensaciones de poder cuando todo ha sido abolido. La perspectiva irónica es un subterfugio del delirio de grandeza”.
(Yo) ¿No hay otra opción?
(José María) Claro que sí. El propio Cioran lo reconoce. Veamos: “Deberíamos tirarnos al suelo y llorar cada vez que tenemos ganas; pero hemos desaprendido a llorar… deberíamos poseer la facultad de gritar un cuarto de hora al día por lo menos. Si queremos preservar un mínimo de equilibrio, volvamos al grito…” Luego añade: “Signo de que se ha comprendido todo: llorar sin motivo”.
(Yo) Me parece triste…
(José María) A mí patético… Un momento puede parecernos épico, sin embargo, el dramatismo se debe exclusivamente a nuestra psicología… Para la fortuna es indiferente que nuestros héroes viajen en tercera clase. La prueba es que en primera clase, salvando delicadas excepciones, suelen viajar nuestros villanos…
Fuente: Roberto Barbery Anaya.