EL DIABLO
EN EL
CHAPARE.
El diablo se levantó de la cama, se acomodó el peinado, se miró al espejo y se vio parecidingo al ministro, a ese que se cree cruceño.
Luego miró el canal 666 del averno y puso cara de peladito, igual que el niño que se lava las manos respecto a los aviones cargados con droga.
Sonreía el diablo.
Se lavaba los afilados dientes cuando salió la noticia:
– «La policía no encuentra a las agresoras de Muriel»
-Se leía en el pie de pantalla
Volvió a sonreir.
– «Tampoco hallarán a los dueños de la cocaína enviada»
-murmuró en tenebroso tono.
Luego…
La tele mostraba una turba de gente que amenazaban quemar a unos periodistas, otros organizaban bloqueos y marchas.
Una señora con falda corta y plizada, lucia orgullosa su larga y oscura simba mientras gritaba: «Mueran los cambas» .
Le pareció bien.
El amaba las demostraciones de odio.
Entonces recordó a su primer discípulo, un resentido llamado Caín, un tipo a quien Dios le dio el extraño don de no morir.
Caín, el hijo amado del diablo, el hombre que durante miles de vidas apareció en la vida de la humanidad sembrando odio, muerte, envidia y resentimiento.
El padre del comunismo, el mismo que re encarnó en Marx, Hitler, Atila, Nimrod y tantos otros personajes nefastos.
El viejo Cain.
En esas estaba el diablo.
Las malas noticias le encantaban y nunca le gustaron los periodistas buenos e imparciales.
Esos periodistas hacían quedar mal a los mentirosos y él era el Padre de las Mentiras.
Pero le caían bien los masistas seguidores de Caín, ellos eran los nuevos maestros, genios con patas en el viejo arte del engaño.
– «Mis muchachos»
-murmuró el Diablo, pensando en Lennin, Hitler, Stalin, Mao, Evo, Cristina, Lula, Maduro, Arce y otros que siempre hablaron del «pueblo», sólo para vivir a costa de él.
– «Mis muchachos zurdos, siempre dicen si cuando es quizás; pero terminan diciendo no»
-murmuraba el Diablo, saboreando su desayuno.
Se peinó luego, se acomodó la barba y quedó parecido a Carlos Mesa.
Miró de nuevo las noticias y se enojó.
Ya no le gustaban las maldades masistas, se pasaban de la raya y eso era algo que él no podía permitir.
– «Diablo sólo hay uno y ese soy yo»
-dijo con mirada maligna.
Él no admitiría nunca la competencia.
Salió del infierno dispuesto a poner orden, para dejar en claro que el único malo era él.
¡Zas!
De la nada apareció en el Chapare.
Caminó dos cuadras, mientras oía unos gritos que salían de un coliseo pintado de azul.
– ¡Aquí están estos, ahora verán!
– ¡Evo Presidente! ¡Fuera el Lucho!
-gritaba la gente, mientras las sillas volaban.
Miechi…
El Diablo miró a la gente enardecida, casi poseída, rayando en el delirio y se sintió realmente feliz de ver tanta maldad.
Que hermoso y maligno espectáculo.
El señor de las tinieblas, el maestro e inventor del socialismo entró al coliseo como en su casa.
Caminó unos pasos triunfante, orgulloso de sus alumnos…
Cuando elay.
¡Paaaf!
Sintió el palazo qué le daba una chola en la espalda, luego, la violenta patada por detrás, un araño en el cuello, voces que gritaban…
– ¡Es el Mesa!
– !Hay que quemarlo!
No puej…
Fue lo último que oyó el diablo, antes de desaparecer asustado y envuelto en una cortina de humo negro con olor a azufre.
Horas después y ya a salvo en el infierno, el diablo se curaba las heridas resoplando las palabras con rabia:
– «Tienen razón los cruceños de bien.
– «Hay que acabar con estos engendros.»
EL ESCRIBIDOR
Fuente: Párraga Jose – El ESCRIBIDOR