CARLOS,
EL PELAU
SODERO…
Tribuna de general repleta, hinchas vociferando, algún otro emocionado, infaltable la gritona histérica, esa que chilla en nuestra oreja.
Jornada de fútbol.
Infaltable el gordo, ese camba que se manda cuatro asaditos, seis yucas y abundante ají, y por supuesto…
No pueden faltar los niños a quienes no le importa el partido.
Ellos son felices jugando su propio partido sobre el piso y junto a la malla, en la base de la tribuna.
Es una noche de fútbol.
Pero él…
Él se llama Carlos.
Él no mirará el partido, tampoco jugará con los otros niños.
A diferencia del hincha y la histérica gritona, él sabe que tiene que volver a casa con algo de plata.
Él está trabajando.
También sabe…
Ya sabe que caminará con su hermana que también trabaja en el estadio, sabe que transitarán algunas cuadras pasada ya las diez de la noche, caminarán para ir del estadio a la Ramada, para luego esperar el micro o truffi que los lleve de vuelta a casa.
Ambos pasarán con su platita ganada, pasarán entre los frescos y prostis que hacen fila en esas calles, esos que esperan los amores y caricias pagadas.
Pasarán entre borrachos, clientes habituales de esos boliches de mala muerte, los antros que le dan el toque y la fragancia urinaria a la avenida Omar Chávez.
Pero claro.
Eso será más tarde.
Porque ahora, él se gana la vida dignamente, al igual que millones de niños en Bolivia, esos niños a quienes no les llega «el proceso de cambio» y deben trabajar desde niños para ayudar a sus padres.
Y mientras…
En el estadio, el hincha asistente verá solamente al pelau sodero.
Nadie le preguntará el motivo.
Nadie sabrá la causa por el que ese niño, un pelau que casi cumple doce años está trabajando en un domingo por la noche.
Nadie sabrá que se llama Carlos.
Tampoco sabrán que estudia en la Unidad Educativa Luis Barrancos, en el Plan Tres Mil.
Que maravillosa ironía…
Luis Barrancos, el nombre de uno de los mejores árbitros, el profe que junto a Jorge Antequera se hacían respetar por jugadores e hinchas en ese mismo estadio.
Que hermosa ironía…
Dentro del campo de juego, el técnico de Independiente de Sucre dirige a su equipo. Pero Carlos no sabe.
Ni sospecha que ese técnico, muchas veces y hace mucho, también vendió refrescos y empanadas en ese mismo estadio.
Pero ahora…
Carlos sirve la soda, y espera que baje la espuma para llenar bien el vaso.
Sus ojitos le brillan diciendo gracias, mientras guarda los quintos que recibe en el bolsillo.
Es flaquito, y su gastada polerita combina con lo ajado que se ven sus zapatos, pero esa sonrisa, y ese entusiasmo que muestra ante el desafío de la vida disimulan todo.
Él es Carlos…
Siempre lo verán con su hermana, una niña dos años mayor que él.
Ellos venden soda en vaso en la tribuna de general. Él en la zona media baja, y la niña más grande en la parte alta.
Es de noche, es domingo.
Pero da igual si es miércoles, sábado, jueves o lunes.
Él estará en la tribuna trabajando.
Y vos…
Cuando vayás al estadio, si podés, comprale un vaso de soda, y si no te gusta la soda, al menos dedícale una sonrisa amable.
Carlos te devolverá el gesto, y alguien de muy arriba, a millones de años luz por encima de la tribuna…
Desde muy alto, alguien te bendecirá por eso…
Creeme.
Así funciona la vida.
El ESCRIBIDOR.
Fuente: Párraga Jose – El ESCRIBIDOR