Sucedió el 2 de agosto -Fundación de la Misión de Urubichá

El padre José Cors tomó un grupo de nativos de la antigua misión de San Pablo y luego de trasladarse de un lugar a otro durante 20 años, los asentó en el lugar actual en el año 1862, ubicándolos a orillas del río Blanco, cerca de la unión con el río Negro, lugar que los nativos llamaron Urubichá (laguna). Luego de levantar una precaria iglesia, celebraron el Santo Oficio el día 2 de agosto de 1862, fecha que consideran como de su fundación. En 1897 llegó a la misión el fray Daniel Carvalho, aficionado a la música quien, con ayuda de manos nativas copió los instrumentos europeos y conformó la orquesta misional, orgullo del pueblo. A partir de ella se crearon otras orquestas. Para más datos buscar: “Historia de Santa Cruz” de Bismark A. Cuéllar Chávez

Sucedió el 2 de agosto de 1852.- Revolución en Santa Cruz
El coronel, Fabián Hoyos, que ejercía las funciones de Comandante General, y el coronel Prefecto, Francisco Bartolomé Ibáñez – sobrino y cuñado del Gral. José Miguel de Velasco– derrocado por Belzu, se sublevaron proclamando al primero de los nombrados. Tuvieron el apoyo de los siguientes confinados: Gral. Gregorio Pérez, coroneles Mariano Melgarejo, Chinchilla, Acebey y Salas, y de un extranjero Alar Cnel. de Artillería. Proyectaban hacerse de un numeroso ejército para derrocar a Belzu, pero el Gobierno no les dio tiempo sino para reunir 700 hombres, con cinco piezas de artillería. Un capitán Félix Hidalgo, hombre enérgico y experto táctico, era quien adiestraba a los velasquistas, por unas calles de abundante arena, convertidas en pantanos cuando llovía.
Estos ejercicios militares hubieron de interrumpirse con la llegada de un contingente de 500 efectivos del ejército boliviano destacados desde el Cuartel General de La Paz, muy bien pertrechados y armados hasta los dientes. Los mandaba el Gral. Gonzalo Lanza que tomó posiciones del lado del panteón, y luego ordenó el bombardeo del amurallado cuartel y de la Plaza, ocupados por los sediciosos. El mortero gubernista estaba emplazado en la calle Bolívar, a una distancia de seis cuadras de la Plaza.
El artillero se disponía iniciar el bombardeo cuando recibió contraorden, que fue motivada por las súplicas del obispo Ángel del Prado, ante el Gral. Lanza que, en esos momentos, y para guarecerse del «sur y chilchi», se había cobijado en la choza del mañazo José Bejarano.
En su piadoso intento de evitar la destrucción de la sede diocesana, (situada en la zona que amagaba el cañón), el obispo estaba secundado por el presbítero Urgel que servía de correo entre los beligerantes, y cumplía instrucciones de Su Señoría llustrísima, Monseñor José Andrés Salvatierra. Ellos no escatimaron esfuerzos para salvar la ciudad de la destrucción, y preservar la vida de muchos inocentes. El Gral. Lanza condescendió a los ruegos del Obispo, poniendo por condición la desocupación de la Plaza y la entrega de las armas. En esa forma, no habría efusión de sangre ni destrucción alguna.
El Monseñor hizo proezas de dialéctica, tratando de que los alzados, muy bien pertrechados, se llegaran a la razón, pero, al comienzo, le pusieron oídos de mercader. El único que le prestó atención, fue Dn. Pancho Bartolo Ibáñez; los demás seguían en sus trece.
Ante la terquedad de los ensordecidos Jefes, Monseñor se postró a sus pies clamándoles que se condoliesen del pobre pueblo que iba a pagar culpas ajenas. Tal fue la conmovedora vehemencia que el venerable prelado puso en sus palabras, que el Cnel. Hoyos, –primer jefe en lo militar, quizás tocado por la mano de Dios, accedió a desocupar la Plaza y procedió a ocultar las mejores armas.
La capitulación de Hoyos, fue acordada a pesar de la opinión en contrario de Mariano Melgarejo y del artillero Alar, posesionado de un cañón situado en la esquina de la calle Bolívar que daba a la Plaza y al corredor del Palacio Episcopal (hoy día, elegantes casas de doña Segunda Mercado).
El Gral. Lanza, con su batallón entró por el levante –calle Bolívar– sin más novedad que los vítores de sus partidarios y al son de una charanga que tocaba los marciales compases de una marcha militar llamada «El Quinto», y que era soplada a todo pulmón, con acompañamiento de bombo y platillos, por 25 músicos peruanos tomados prisioneros por el Gral. José Ballivián en la gloriosa batalla de Ingavi, en la que murió el invasor Gral. Agustín Gamarra.
El obispo Prado y monseñor Salvatierra, celebraron en San Andrés una misa solemne en agradecimiento al Gral. Lanza al que, terminado el oficio religioso, le acompañaron, llevándolo al medio, por una calle especialmente engalanada, y en cuyas aceras lucía sus vistosos uniformes una guardia de honor.
El vecindario aristocrático, por su parte, agasajó al magnánimo Gral. Lanza, con espléndidos banquetes, cosa que alborotó la bilis a los del partido contrario, al extremo de que no vacilaron en hacer llegar al Gobierno, –por medios indirectos– malévolos informes sobre el comportamiento de Lanza. Y la maledicencia obró con tanta eficacia que, cuando el General volvió a rendir cuenta de su misión, llevando como botín de guerra, armas diversas y algunas piezas de artillería, en vez de premiarlo, se le dio de baja, dejándolo convertido en un simple paisano. Pero, Santa Cruz de la Sierra, grata a Lanza, le dio su nombre a una de las calles transversales del poniente.
Como nota ingrata debemos consignar que, durante la permanencia del Gral. en Santa Cruz, sus soldados cometían desmanes con las domésticas y mujeres del pueblo.
Tales fueron las tropelías de los foráneos que ello dio lugar a que un fornido mocetón, de pelo en pecho, Hipólito Lora, que tenía el cargo de gendarme, pidiera puerta franca a su superior, el sargento Lorenzo Ojeda. Requerido por este sobre el motivo de tal solicitud, respondió:
«Es para ir por esas calles de Dios y sentarles la mano a los collas de Lanza, y hacerles pagar por las iniquidades que cometen con nuestras paisanas».
Ojeda, convencido de la buena causa que alegaba su subalterno, le dio la franquicia pedida para que el Quijote de nuevo cuño, saliera a «enderezar entuertos y desfacer agravios». . .
Así que Hipólito Lora, con el visto bueno de Ojeda anduvo un buen tiempo, por los barrios apartados sopapeando a cuanto uniformado encontraba, y lo hacía tan bien que, de cada puñetazo, los tiraba al suelo. Su singular faena vindicativa la realizaba desde prima hasta las tres de la madrugada, hora en la que, con las manos hinchadas, y doloridas de tanto golpear, se retiraba al cuartel.
Los soldados, escarmentados, ya no se atrevían a salir solos por las noches, sino en grupos y armados de puñales. Arremetían a sosquines contra los emponchados con los que se topaban, pues emponchado iba el que los tumbaba de cada trompada. Fuente: Manuscrito Lara

Sucedió un 2 de agosto de 1956 Inmigrantes japoneses en Santa Cruz
Se firmó un Acuerdo entre los gobiernos de Bolivia y Japón para la inmigración de japoneses al país en número de 1.000 familias o 6.000 individuos en un lapso de 5 años, para dedicarse a faenas agrícolas. El Gobierno les concedió tierras, abrió caminos y facilitó otros servicios esenciales. Esta inmigración y otra anterior efectuada en 1954, han dado origen a las colonias San Juan de Yapacaní (Prov. Ichilo), Okinawa I, II y III (Prov. Warnes). Actualmente hay en Santa Cruz y las colonias unos 3.000 japoneses, excluyendo de este número a los descendientes oriundos de este país. Fuente: Almanaque Cruceño de Saúl Suárez Medina.



Sucedió un 2 de agosto de 1961 – El ejército toma control del local de represión
Tropas de los regimientos «Manchego» y «Braun» acantonadas en Santa Cruz, encabezadas por una banda de música, irrumpieron en el local represivo «Ñanderoga», apresando a 87 milicianos políticos que habían vejado a numerosas personas de la capital cruceña. Fuente: Almanaque Cruceño de Saúl Suárez Medina.

Sucedió un 2 de agosto de 1979 – Se crea la Reserva forestal Río Grande – Masicurí
Mediante Decreto Supremo Nº 17004 se crea la Reserva Forestal de Río Grande – Masicurí, en la provincia Vallegrande, para la conservación de la Flora y Fauna de la zona, evitar la deforestación y sus posteriores consecuencias nefastas: empobrecimiento del suelo, erosión y desequilibrio ecológico. Está situado entre los ríos Grande y Masicurí y camino a Pucará, con una extensión superficial de 2.410 kilómetros cuadrados. Fuente: Almanaque Cruceño de Saúl Suárez Medina.
Fotos: Bismark A. Cuéllar Chávez


Fuente: Bismark A. Cuéllar Chávez