REGGAETON LEGISLATIVO

Tuve la dicha de grabar música y experimentar un momento único e irrepetible que es el momento exacto en el que escuchás la canción recién terminada por primera vez. Ese momento te suele generar dos sentimientos: algunas veces sentís que le faltó algo, y otras veces quedás sorprendido por el resultado, algo muy especial acabó de ser registrado.

Una pregunta que me hago siempre, cada que escucho una buena canción, es: ¿qué habrán sentido esos músicos al escuchar el resultado? ¿Qué habrá pasado por el sentimiento de un Chris DeGarmo cuando escuchó el resultado final de Silent Lucidity? ¿Qué habrá sentido un Geddy Lee luego de escuchar Tom Sawyer recién grabada?

En la misma línea me intriga de sobremanera ¿qué se les pasará por la cabeza a estos «legisladores» departamentales cuando le dan la firma final a una ley como esta?
¿Les quedará sangre en la cara para pasar por RRHH y firmar su boleta salarial?



Son, sin duda, el reggaetón legislativo.

No debe haber imbecilidad más grande que pretender establecer qué es cultura mediante una ley; es mucha arrogancia, plasmar en un papelito membretado, que esto o aquello es «cultural». La cultura es un hecho que emerge de las decisiones libres y voluntarias de las personas; ¿qué van a hacer con la ley, si en el futuro la gente opta por no consumir más carne?

Horas y horas de debate, tiempo y salarios para esto…

Vamos a plantearlo en términos de actividad privada:
Los accionistas de una Sociedad Anónima eligen a los miembros de su Directorio. Con salarios fuertes y con la misión de hacer los marcos y estrategias que lleven a la empresa a niveles productivos más elevados. De pronto se reúne el caro Directorio y resuelve: «se dispone que el almuerzo en la empresa será chanchito galleta». En la siguiente Junta de Accionistas, se dispone las sendas patadas de despido al flamante y futuro ex Directorio.

Mientras tanto, muchos otros temas urgentes quedan de lado…

Hoy pasé por el Oncológico y vi afuera a una señora casi sin cabello y con pañoleta, (claramente una paciente) comiendo un asadito en bolsita, comida que, por su condición de salud, no le resulta para nada saludable. Pensé: qué interesante que sería capacitar a los negocios de comida aledaños para que puedan hacer platos acordes a las necesidades de esta pobre gente, que encima que están condenados a una enfermedad cruel y cara, les resulta encima imposible conseguir comida apta para su situación, no solo por el costo, sino por la nula oferta en la zona… y nosotros gastamos tanto dinero en estos Asambleístas… duele, su inutilidad duele.

Pregunta extra ¿Cuánto nos cuesta mantener mes a mes a los Asambleístas?

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#MenosEstado

Pablo J. Maldonado