EL VIEJO TOBOROCHI… Ayer pasé por ahí. Y el hermoso toborochi sigue imponente como aqu…

EL
VIEJO
TOBOROCHI…

Ayer pasé por ahí.
Y el hermoso toborochi sigue imponente como aquella noche.
La noche que me refugió del frío y la chilchina.
Verán…
Tenía poco más de dieciocho años y era una mala época.
… Hacía como dos meses que no asistía a clases, en ese cema llamado Julio Prado Montaño, por la zona de la cuchilla.
… Hacía más de un mes que no entraba al cuartito que alquilaba, frente a una discoteca de barrio llamada Superstar, allá por Villa Warnes.
Y no entraba, porque debía el alquiler y el dueño de casa cambió el candado cuando me atrasé en el pago.
Que difícil es ser joven, en una sociedad donde a los jóvenes les pagan miserias en los trabajos, solo por ser joven.
Y bueno…
Yo no sabía lo deprimido que andaba, en la época cuando no hallaba un trabajo digno y dormía en la casa de Chichi Caballo, otras veces en la casa de Goyo, de vez en cuando en el sillón de Sansón.
Dios los bendiga por siempre.
Ya no quería trabajar, peor estudiar.
Estaba claro que había perdido la fe y sólo salvaba el día, comiendo lo que me invitaban las madres de mis amigos que siempre me trataron bien.
Y entonces pasó.
Fue la noche que chilcheaba y hacía frío, la noche que mis amigos se durmieron temprano y yo a vueltas por ahí.
NI modo.
– Caminaré hasta que amanezca…
-pensé yo.
Y en ese andar llegué a la plaza Barrientos, cerca al tercer anillo y la verdad ya estaba cansado, tenía sueño y mucha hambre.
Y pa variar hacía frío.
… Pero ahí estaba el toborochi.
En él busqué refugio y de algún modo me dormí.
Y bueno…
Era de día cuando escuché las voces.
– Mira ese chico, pobre muchacho; como caen en el vicio…
-escuché entre la bruma del despertar.
Abrí los ojos del todo y vi a las señoras, dos mujeres que me miraban con algo de miedo.
Pensaban que era maleante o vicioso.
Entonces sentí vergüenza.
Y una rabia nacida del amor propio, considerando que yo no bebía ni bebo un trago hasta hoy.
Pero…
Recién noté que estaba barbudo y tenía sucio los puños de mi chamarra amarilla.
Parecía nomaj un maleante o vicioso.
Y empecé a llorar mientras las señoras se alejaban.
Me quedé un rato junto al toborochi pensando en todo y al rato me levanté, pero ya todo era distinto.
Ya no sentía miedo.
Volví a mi cuartito, hablé con el dueño y a duras penas me dio un mes para ponerme al día.
Por la noche volví a clases, en cuestión de días hallé un trabajo y en los meses restantes me gradué de bachiller.
Con el tiempo entré a la NUR, ahí frente a San Roque y era el adulau del ingeniero Manucher Shoai, el hombre que siempre me aconsejaba con sabiduría.
Tres años después ya estaba en la radio, empezando la época de Shiclets contigo y lo que vino luego es otra historia.
Y claro…
Con los años, la historia del toborochi se las conté muchas veces a mis hijos, para que sepan que nada es fácil y que solo la fe y la perseverancia construyen vidas útiles.
¿Y por qué les cuento esto?
– Pará qué nunca pierdan la fe, para que entiendan que a pesar de la oscura que pueda ser la noche, siempre habrá un día luminoso luego.
– Para que recuerden que por encima de las nubes de lluvia, el sol espera su momento para mostrarse y dar luz.
– Para que entiendan que siempre se puede, a pesar de lo difícil que se vea.
En todo eso pensaba ayer, cuando volví a ver al toborochi que me refugió aquella noche, el toborochi que fue testigo de mi cambio, la mañana que las señoras me confundieron con algún maleante o vicioso.
La mañana que me levanté con la canción de José Luis Rodríguez El Puma martilleando en mi cabeza.
Una hermosa canción titulada:

«Yo renaceré…»



El ESCRIBIDOR.

Fuente: Párraga Jose – El ESCRIBIDOR