Una muerte que conmociona. Que indigna. Que entristece. Que a algunos alegra. Que alguien

Una muerte que conmociona. Que indigna. Que entristece. Que a algunos alegra. Que alguien debe llorar. De la que varios dudan.

Psiquiatra, publicista, abogado, ginecólogo, gastroenterólogo. Todo eso decía ser. Como todo eso ejerció en algunos momentos de su vida, en Chile y Bolivia.

Él atinó a defenderse. Dijo que había estudiado en Cuba. Que había hecho “varios cursos”. Pero también aceptó que lucia en las paredes de su consultorio títulos falsos: “Es verdad, asumo mi responsabilidad”, alcanzó a decir.



Ha muerto de la manera más trágica. Con la violencia de un disparo en la cabeza. Y ha muerto también su esposa, junto a él.

Nadie ha visto aún su cuerpo. Y las víctimas de su ejercicio ilegal de la medicina quieren verlo. Quieren cerciorarse de que efectivamente ha muerto.

Dos de sus víctimas han quedado sin vida. Y con su muerte, casi cincuenta más se han quedado con la salud deteriorada y sin indemnización ni resarcimiento por daños y perjuicios.

Las circunstancias de su muerte son aún confusas. Un primer informe oficial dice que había salido de Palmasola, donde guardaba reclusión, para asistir a recibir tratamiento de diálisis. Los martes, jueves y sábado debía recibir ese tratamiento, por problemas renales derivados de su sobrepeso y su diabetes.

Y dice el primer informe oficial que su esposa se presentó en el centro médico para asistirlo. Que él se estaba desplazando en silla de ruedas y que necesitaba ayuda. Su esposa logró introducir un arma de fuego al centro médico.

Y cuando él pidió ir al baño, sus dos custodios policiales permitieron que su esposa entrara con él al baño.

No salieron más de ese baño. Solo se escucharon los ruidos de un arma de fuego.

Si él le disparó a ella y luego se suicidó. O si ella le disparó y luego se quitó la vida ella misma. Eso lo dirán las pericias policíasy forenses.

Nunca se sabrá si habían acordado morir juntos. O si ella se había comprometido a ayudarlo a él a morir y él la arrastró sin consultarle a su misma muerte.

Por lo pronto, el cuerpo. Eso piden ver las víctimas. Eso tendrá que ocurrir hoy.

Todo esto se pudo haber evitado: si tan solo todos entendiéramos que nada hay mejor en la vida que ser auténticos.

No necesitamos fingir que somos lo que no somos, en nada, menos al extremo de llevar eso al límite del delito, la vida y la muerte.

Fuente: Pepe Pomacusi Periodista